En su tiempo, dicen las crónicas, fue un escándalo. En algunos lugares donde fue exhibida la película “El demonio y la carne” (Flesh and the devil, 1926), la atónita audiencia, al borde del patatús, exigía a grito pelón que aquellas perversiones fueran retiradas cuanto antes de la pantalla de plata, so pena de quemar el teatro con todo y cácaro. En algunos países (especialmente católicos) el mentado filme nunca fue exhibido, por atentar contra la decencia y las buenas costumbres y porque en tan civilizadas naciones los piromaniacos sí cumplían sus promesas.
¿Qué provocó semejantes reacciones? ¿Qué tremebundas degeneraciones mostraba esa película muda? Básicamente una escena: Greta Garbo, echada en un lecho, con ojos de borrego en precipicio, siendo besada en la mejilla, desde atrás del sofá o lo que sea, por John Gilbert. O sea, podría decirse, a contrapié. Sí, como Tobey Maguire besa a Kirsten Dunst en “Spider-man” (2002), sólo que más cómodo: sin máscara, aguacero ni tener que estar colgando boca abajo como aguacate. Y más casto, porque fue en el cachetito. Con todo, se armó tal San Quintín que constituyó (cuestionablemente) el beso más célebre en la historia del cine hasta que Dustin Hoffman casi ahoga (con humo) a Anne Bancroft en “El Graduado” (The Graduate, 1967).
La tercera década del siglo pasado pasó a la historia como Los Locos Veinte. Pero ello no significa que esos tiempos dejaran de ser tan moralinos y pacatos como las épocas previas. Entonces como antes (y ahora, mucho me temo), las Buenas Conciencias se molestaban hasta por el vuelo de una mosca. Cabe recordar que, casi contemporáneamente al acrobático beso de la Divina Garbo (quien, para terminar de fruncir lo arrugado, acabó la filmación siendo amante de Gilbert), en la cultísima Inglaterra se prohibió la novela “El amante de Lady Chatterley” de D. H. Lawrence... la cual no vería ahí la luz sino hasta 1960 (¡!), luego que los editores se fueron a juicio y probaron que aquello no era obscenidad, sino arte. Sí, eso fue sometido a la consideración de un jurado.
De acuerdo, dirán ustedes, de acuerdo. Pero ¿tanto tango por un beso?
Sí, mis estimados. Pero recuerden: era un beso fílmico. Y ésos eran los peligrosos. Tanto, que en algunas partes eran objeto de implacable censura. ¿Se acuerdan cómo, en “Cinema Paradiso” (1988), el proyeccionista Alfredo tenía que mostrarle las películas en preestreno al Padre Adelfio? ¿Y cómo éste hacía sonar su campana, indicando qué escenas cortar para que no emponzoñaran las mentes del culto público pueblerino? ¿Y cómo todas las escenas censuradas eran de ósculos básicamente anodinos? ¿Y recuerdan qué hizo Alfredo con esos cachitos? ¿Y...? Okay, okay, ya le paro. Creo que entienden el punto.
Si no lo entienden, ahí les va: que hasta hace dos generaciones, en Occidente un beso en pantalla era considerado altamente atrevido. ¿Por qué? Quizá por lo gráfico o por el movimiento, o por la técnica mostrada o la salivación suscitada. O quizá porque en otras partes pasaba lo que en México: que como nadie leía, la única pornografía accesible era la fílmica. Y ante esa precariedad, hasta lo más nimio era visto con sospecha.
Todo lo anterior viene a cuento por el sonido y la furia que se armó en la India hace poco cuando, en un espontáneo rapto de alegría durante un show de caridad, el actor norteamericano Richard Gere le plantó varios besos a una (allá) conocida actriz. ¡En público! ¡Y dejándose retratar!
Esos quicoretos provocaron tumultuosas manifestaciones en contra de Gere y varias demandas en los tribunales hindúes por perverso, sacrílego, degenerado y pulpo-mano-larga-cochino. Si se fijan, en el siglo XXI las reacciones fueron peores que en el XX. Y eso que el beso ni siquiera apareció en una pantalla de cine.
Lo cual, en la India, hubiera sido inconcebible. Ahí donde ven, en el país que produce más películas en el mundo (unas cuatrocientas al año, más de una diaria), en toda la historia del cine hindú se ha producido (¡chacachacán-chacán!) un solo beso cinematográfico. Y sí, ya lo adivinaron: quién sabe cuántas salas fueron quemadas por los fanáticos de la castidad y las buenas maneras.
De hecho, el pudor permea toda la cultura hindú, no únicamente lo relacionado con el cine. Los novios que pasean tomados de la mano son vistos como leprosos con camiseta del Querétaro. Las demostraciones públicas de afecto, incluso entre casados, son un tabú irremontable. Los apapachos que uno ve aquí en las bancas de cualquier plaza pública, en la India serían pretexto para la acción de chusmas linchadoras, que por allá se pintan solas. En una cultura que ostenta una ciudad, Calcuta, donde el Departamento de Limpieza municipal tiene una cuadrilla especial para recoger de la calle los cadáveres de los indigentes a primera hora de la mañana (por aquello del mosquero), el escándalo es que la gente se ame (o se besuquee) en público.
Lo más curioso es que todo ello ocurre en un país con características que, cualquiera creería, lo harían más... digamos... propicio y benévolo con el erotismo y la cachondez. Después de todo, la India es un país:
a) Cuyas máximas obras literarias conocidas en el resto del mundo son, a saber, el Kama Sutra y El Libro de los Libros del Ananga-ranga, que son algo así como Guías Roji o Google.coms del sexo y el placer.
b) En el que una de sus principales atracciones turísticas es el Templo de Khajuraho, en donde lucen notablemente numerosas estatuas de dioses copulando como ídem, en algunas de las posiciones más complicadas y bizarras que los humanos puedan imaginar. Más que excitación, nada más de verlas le da a uno la ciática.
c) En el que los cartelones con que se anuncian sus numerosas producciones fílmicas echan humo con las imágenes de féminas siendo notoriamente seducidas por amostachados galanes, siempre representados al borde de la Dulce Muerte. Aunque eso sí: nunca aparecen besándose, líbrenos Dios (o Shiva o Brahma o Vishnú o Khali; que al cabo que por allá lo que sobran son divinidades).
d) Que es el segundo más poblado del mundo, con mil cincuenta millones de habitantes (diez veces México en un territorio 50 por ciento mayor). Y que amenaza con ganarle la supremacía a China por ahí de 2045.
Digo, una civilización que se entrega tan notoriamente a la reproducción, no debería de hacer escándalo al respecto, ¿no?
¿Qué podemos concluir de todo esto? ¿Acaso que la India es una sociedad atrozmente hipócrita? ¿O que, como decía Rudyard Kipling (el viejo algo sabía de esto): “el Este es el Este y el Oeste es el Oeste y nunca se juntarán”?
¿Seremos incapaces de acercarnos a la mínima comprensión de esas culturas no-occidentales, no cristianas, cuya moral, usos y costumbres aparentemente son tan distintos de las nuestras? La pregunta no es moco de pavo, dado que en unos años India y China nos van a dejar desempleados a todos, gracias a sus reformas estructurales y a la supina imbecilidad de la clase política mexicana. Toda.
La verdad, algo hay de eso: nuestro cacumen batalla y mucho, para entender esos otros mundos que constituyen esos países. Pero en este último caso, creo que hay otro factor clave: que no existe macho en este planeta que no envidie a Richard Gere. ¿Quién no ha compaginado sus furris camisas con sus tristes corbatas, arrojándolas a la cama al desgaire, como todo un “American Gigolo” (1980)?; ¿o soñado ligarse en un bar a un cuero como Diane Keaton en sus meros moles, como ocurre en “Buscando a Mr. Goodbar” (Looking for Mr. Goodbar, 1977)?; ¿o terminar contratando nada más para taparle el ojo al macho a nada menos que Julia Roberts (Pretty Woman, 1990)?; ¿o ponerle los cuernos al rey Arturo (Sean Connery, ahí nomás) con un ángel caído del cielo como Julia Ormond (“El último caballero”; First Knight, 1995)?; o... mejor ahí le paramos.
Como pueden ver, la reacción en contra del buen Richard Gere fue de simple, sencilla, recochina envidia. Y de eso, ¡vaya que sí sabemos y entendemos en este país!
Consejo no pedido para que hoy en la noche lo reciban como en “Sommersby” (1993)... aunque no sea Jodie Foster quien le haga piojito, ¡bah!: Vea cualquiera de las mencionadas. Digo, ahora sí me mandé y tiene mucho de dónde escoger. Provecho.
PD: ¿Hasta cuándo el par vial Tecnológico-Gómez Morín? ¡Hacerle los guaraches al Coloso de Rodas tardó menos!
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