Ahora sí, Torreón está a punto de cumplir su Centenario como ciudad. Tan sólo faltan 15 días. Sin embargo, llegamos a la mera celebración con un panorama que no habíamos imaginado para nuestro terruño.
Es nuestra costumbre dar regalos a quien cumple un aniversario. Y en el caso de una ciudad, normalmente se hace con obras que mejoran la calidad de vida de sus habitantes, las que son imprescindibles y necesarias y también que la hermosean. La construcción de nuevas vialidades ha llegado a ser un asunto muy complejo por la falta de planeación urbana. Ya queda poco de ese Torreón cuyo perímetro principal estaba acotado al Centro. Ahí se compraba el mandado, los libros, se iba a pasear. Después, la ciudad se expandió hacia las afueras, extramuros, como se decía de las ciudades antiguas. Y es ahí en donde cotidianamente se registran caos viales. Pero las “magnas obras” con las que se pretendía recibir los primeros 100 años para mejorar este problema, mueven a la indignación y el enojo. Un distribuidor vial que tomó año y medio en construirse, con los consabidos problemas de tráfico para los moradores de aquel sector de la ciudad y que ahora resulta debe demolerse por las fallas estructurales que nadie previó, nadie supervisó. ¿No es absurdo que, en un país como el nuestro, con tantas carencias, se tiren 165 millones de pesos? Pero no basta eso. Hasta hace unos meses se decía en la página del gobernador con respecto al puente que se construirá en el Nudo Mixteco: “Con esta magna obra se resolverá uno de los conflictos viales más agudos en la ciudad donde se tiene estimado un tráfico diario de 50 mil vehículos, con un crecimiento del 4 por ciento anual, por lo cual los accidentes de tránsito son frecuentes, así como los embotellamientos en horas pico”. Y ahora las obras se paralizan, hasta nuevo aviso. Quizá les hace falta saber a nuestros políticos que el tráfico no ha bajado ni un ápice, que los accidentes son más frecuentes ahora y que los embotellamientos han generado, para mala fortuna nuestra, un ambiente digno del cuento de Cortázar, “La autopista del sur”.
Haciendo un cálculo del tiempo que perdió para atravesar la carretera “alterna” dos veces al día, lo estimo en media hora diaria, que multiplicada por cinco días suma 150 minutos, es decir, 600 minutos al mes. Diez horas de mi vida perdidas en ese periodo, junto a las de otras 50 mil almas, que se multiplicarán por el tiempo en que logren ponerse de acuerdo los actores políticos que no tienen ni la menor idea de lo que es el bien común, creyendo que con un par de semáforos se resuelve como a la antigüita, una problemática vial. Si en este momento y después de estas experiencias, se aplicara una especie de examen a nuestros gobernantes ¿acaso no saldrían reprobados? Me parece que en la política hace muchísima falta hacer ejercicios de discernimiento pues son necesarios para quienes ostentan el título de la defensa de los derechos ciudadanos. Discernir significa distinguir, separar, discriminar. Es una cualidad a desarrollar para separar entre lo que es el bien para sí y el bien para los demás. Sin embargo, por lo general, los políticos han utilizado a Torreón como plataforma para alcanzar otros puestos. Somos simplemente un trampolín. La mirada, en realidad, está puesta en otra parte, no en el aquí y el ahora, en nuestra ciudad.
Pobre Torreón. Cuando era joven parecía que tendría un destino muy distinto a éste. En 1928, un periodista escribió en este mismo periódico lo siguiente:
“Dentro de algunos años esta ciudad será la segunda de la República. De todas las ciudades de la República, es Torreón la de más reciente fundación pues apenas si llega su vida a treinta y cinco, periodo que en la vida de un hombre significa la mitad de su carrera (…). En cambio, en la vida de las ciudades apenas si puede calificarse de primera infancia. Una ciudad en realidad no toma caracteres definidos sino transcurridos cien años después de su fundación, porque el periodo anterior es sólo el esbozamiento de su futuro desarrollo. Cuando la ciudad de Torreón cumpla los cien años de vida, seguramente será la segunda de la República y solamente la capital superará en importancia…”.
Me duele que en el Torreón de mis quereres no existan voluntades políticas que se pongan de acuerdo para el desarrollo de nuestra ciudad, como se ha realizado con gran éxito en otros lugares, como Zacatecas. Esta ciudad era bastante fea, sucia, con servicios realmente pobres. Durante mi infancia y adolescencia, pasaba con mi familia tres veces al año por ahí, de paso a la Ciudad de México. Muchas veces nos quedábamos a dormir en Zacatecas, a la mitad del camino. Y vimos cómo esta ciudad se fue transformando radicalmente. Se rescataron sus mejores edificios arquitectónicos e invitaron a los artistas ilustres, oriundos del estado, a donar sus colecciones. Limpiaron sus múltiples plazas y convirtieron su centro histórico en un espacio agradable para habitantes y turistas, rescataron su historia. Asombra ver a los empleados de los museos cómo hablan con orgullo de su ciudad, de sus pintores, de sus edificios, de su pasado. Ellos que en otros tiempos tuvieron que emigrar del país porque en su lugar de origen no encontraban trabajo.
¿Acaso llegará Torreón a ser la ciudad que imaginaron nuestros antepasados? Quizá hace falta un ángel, como aquél que recibió la Ciudad de México como regalo al cumplir el centenario de nuestra independencia.
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