Hombre entrado en años, carácter bonachón, gran amigo de sus amigos, hablar pausado, conocedor de los seres humanos, de notable agudeza mental, serio, formal, narra en papel las cosas igual que las dice, de una cultura más allá de lo común, sencillo en su trato. Lo imagino, cada vez que lo veo, tanto por su apariencia como por el tono tranquilo de su voz uno de los pretores romanos, en los tiempos de la Grecia antigua cuando impartir justicia estaba reservada a los patricios. Lo veo sentado en la oficina atrás de su escritorio elaborando su colaboraciones o actuando como subdirector del periódico dirigido por el ingeniero Luis Horacio Salinas. Sus escritos son claros y concisos, pergeñados a la luz de sus experiencias y tamizados en el crisol de sus conocimientos académicos. Es un periodista de vocación cuya carrera recorrió trabajos en la industria periodística como corrector de pruebas para posteriormente desempeñarse como reportero y a continuación dirigir un periódico. Es un relator de pasiones, las más profundas del pueblo al que ha sabido interpretar en sus anhelos correspondiendo al, cariño que se ha ganado a pulso entre los asiduos lectores de sus artículos que se publican además en varias ciudades de Coahuila.
Forma parte del grupo de historiadores de gran fama en el estado. Es originario de esa chulada de pueblo que es Parras, orgullosa ciudad abrumada de virtudes. Al viajero que pasea por sus angostas calles durante las noches, cuando la luz del disco lunar se cuela por entre el ramaje de los nogales y se crean figuras fantasmales en las bardas de adobe, se escuchan los murmullos de un pasado que no se acaba de ir, cuando carruajes de tiro se movían con grandes ruedas cinchadas bamboleándose entre crujidos y rechinidos de madera mientras los pasajeros se agarraban hasta con los dientes para no caer dado lo irregular del camino, cuando los novios se aproximaban a los grandes ventanales enrejados de aquellas casitas que parecían de juguete, mientras la banda sinfónica atronaba sus notas musicales que los parrenses disfrutaban sentados en las bancas o caminando acompasadamente, por un lado las mujeres con sus chaperonas y por el otro los lechuguinos, aprendiendo a ser hombres. La fragancia de los perfumes que despedían las flores producía ensoñaciones creando la fantasía de que se encontraban en un inmenso jardín que era toda Parras oliendo a gardenias.
Los pueblos se parecen a los seres humanos que los habitan. Y eso es don Roberto, un hombre señorial, con una personalidad que no pasa desapercibida por que emana ciertas características que sólo otorga el paso del tiempo y la dedicación al estudio de los hombres con sus virtudes y flaquezas. Es tal el espíritu que habita en su cuerpo mortal que siendo quien es, poseyendo el aura que colocan los dioses atenienses en los escogidos, su humildad es manifiesta careciendo, hasta donde me consta, de todo aire jactancioso. Su trabajo es de alguna manera una forma de voluptuosidad a la que se entrega con rigor y ahínco. En estos tiempos en que sus cabellos se han vuelto blanquecinos, junto al mostacho que le adorna el labio superior y las cejas negras, que le hacen tejadillo a unos ojos siempre juveniles, tiene como acompañante a la prudencia. Su mirada es distante dando la impresión de estar sumido en recuerdos de otros días. Es un ser que no tiene dobleces, por lo que se le estima apenas se le conoce. Lo adivino más que el saberlo, no le gustan los halagos, ni cualquier elogio desbocado, mucho menos las menciones ditirámbicas, a las que rehuye por que su modestia no le permite aceptarlas, sin embargo eso no me inhibe de decir la verdad. Se lo debemos a los lectores. Además, agreguemos, que estoy convencido de que el encomio no es excesivo, que no he exagerado al trazar su relevante linaje. El maestro Roberto Orozco Melo lo merece.
El jueves pasado, fue objeto de un justo homenaje. El Instituto México norteamericano de Relaciones Culturales, IMARC, con sede en Saltillo, le ha otorgado una merecida presea en reconocimiento a sus aportaciones a la cultura coahuilense y a su trayectoria que comprende la práctica de periodismo y su larga y fructífera carrera de servidor público. ¿Pero, a juicio de sus amigos, cuál es su mayor mérito? creo que estar dotado de un profundo amor a su familia. Ser un devoto esposo y un fervoroso padre.
En tanto su mayor gloria es ser un ciudadano ejemplar, cuyo pensamiento ha sabido romper ataduras y prejuicios.