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Un fantasma recorre La Laguna...| Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

Sí, ya sé, ya sé: la famosa frase que abre el “Manifiesto Comunista” de 1848 ya ha sido choteada hasta el cansancio. Pero no me pude abstener de usarla en vista de que, curiosamente, se apega a la realidad que está enfrentando nuestra comunidad. De un tiempo a esta parte, hay un par de fantasmas que recorren todos los ámbitos sociales, desde las charlas de los taxistas hasta los cotorreos del Club de Jardinería Cempasúchil. Y es que, en cierta forma, desde hace algunos meses La Laguna ha venido perdiendo la inocencia. Se ha disipado la sensación de que aquí no podía pasar lo que en otras partes, que la barbarie estaba confinada a otras regiones del país, que éste era un oasis de relativa calma, donde la máxima violencia estaba constituida por pleitos de borrachos y señoras golpeadas a resultas de las derrotas del Santos.

Por supuesto, hay causas justificadas para tal sensación. Eso de andar encontrando gente cortada en cachitos en las calles no es algo que lo haga sentirse más seguro a uno. Pero los dos fantasmas que nos rondan tienen que ver más con la idiosincrasia lagunera y con su novatez para enfrentar este tipo de novedades, que con los datos duros. Esos dos fantasmas son la paranoia galopante y su consecuencia colateral, la rumorología. Que, cada una a su manera, influyen en el ánima de una sociedad que puede verse lastimada mucho más fácilmente que otras más curtidas o cosmopolitas.

Por un lado, la manera atroz y martillante con que se ha presentado la violencia del crimen organizado (videos en Internet incluidos) ha puesto sobre nosotros un velo de incertidumbre que se manifiesta de maneras a veces prácticas, a veces prácticamente ridículas. Ahora mucha gente se siente amenazada, perseguida, sin poder precisar por qué o por quién. Algunos padres (¡vaya!) le han puesto límites a sus malcriados críos, obligándolos a recluirse en sus aposentos a horas decentes, ante el temor de que puedan llegar a estar en el lugar equivocado en el momento equivocado... como si eso no hubiera podido ocurrir hace seis meses, cuando los dejaban manejar ebrios a las cuatro de la mañana (y como si eso no fuera igual de peligroso para ellos y sus congéneres). Hay quienes tienen la noción de que su teléfono está intervenido, vaya uno a saber por qué. La salida al Oxxo a comprar leche se ha vuelto una peligrosa maniobra, en la que hay que imitar los movimientos cinematográficos tomados prestados de Francis Ford Coppola y los Hermanos Almada.

Total, que se vive una atmósfera de angustia y temor a la que está difícil echarle el guante. Porque no sabemos realmente qué rayos está pasando; y porque no existen realidades concretas que nos digan que nuestros amigos, conocidos o familiares se hallan en un peligro real y presente.

En parte ello se debe al segundo fantasma que nos ronda: la sociedad lagunera siempre ha sido muy chirinolera, apta para inventar versiones de todo tipo y multiplicar hasta la náusea las variaciones más plurales sobre cualquier suceso, especialmente si es escandaloso. No sé si ese ánimo fabulador se deba a la mezcla étnica, el arsénico en el agua o el polvo de las tolvaneras asentado en las neuronas. La cuestión es que nos da gusto darle vuelo a la hilacha de la imaginación e inventar y reproducir cualquier tipo de chisme, rumor o borrego, sin mayores empachos.

Cabe hacer notar que ello no es, en primer lugar, una exclusiva más de la sociedad lagunera; ni es algo reciente. Eso se produce en muchas otras partes. Y sobre su intemporalidad, todavía recuerdo una anécdota de hace más de treinta y cinco años. Un servidor estaba en primero de secundaria y por distancias casa-escuela, abonado a un servicio de autobús escolar. Quién sabe qué disturbios hubo en la ciudad con motivo del Día del Estudiante, la elección de rector de la UAC o algo así, de manera tal que decidieron mandarnos a todos a casa más temprano de lo normal. Ello implicaba una logística sólo comparable a la del Día D: había que hablarle a docenas de mamás para que pasaran por sus chiquillos y chiquillas. Los que tomábamos el transporte escolar hubimos de esperar a que llegaran las unidades. Estando en ese trance, me tocó escuchar el siguiente sketch (verídico):

Señora angustiada 1: ¡Dicen que los estudiantes ya quemaron un camión!

Director de la escuela: ¡Ya deberían meter a esos rufianes en cintura! (Se va Señora Angustiada 1 arrastrando a su infante; entra en escena Señora Angustiada 2):

Señora Angustiada 2: ¿Qué ha pasado? ¿Qué sabe usted, Señor...?

Director de la escuela: Pues que los estudiantes ya quemaron dos camiones.

Recuerdo el diálogo como si hubiera sido ayer, por lo mucho que me enseñó sobre la sicología de las masas y la teoría del rumor. En unos cuantos segundos, lo ocurrido pasó de suposición (“Dicen que...”) a certeza. Y los camiones quemados de uno a dos. Ni Al Qaeda resulta tan eficiente.

El problema del rumor es múltiple. Por un lado socava aún más las pocas certezas que tenemos porque, precisamente, multiplica las posibilidades de incertidumbre y el mundo se vuelve complicadísimo. Por otro, puede causar mucho daño emocional y de todo tipo. Por la tarde de aquel domingo, nos llegaron versiones tremebundas de quién sabe cuántos secuestros, que impulsaron una cadena impresionante de telefonazos, chateos, e-mails y mensajes de texto que han de haber colapsado no sólo a ciertos sistemas de comunicación, sino los sistemas nerviosos de gente cercana a las supuestas víctimas. Y a la hora de aclarar las cosas, ni a quién echarle la culpa: el rumor es perfectamente irresponsable. Nadie se hace cargo de nada. “A mí me lo contaron”. “Se lo dijeron a la prima de la hermana de mi novia que es vecina de la...” “Fulanito de Tal tiene un primo que está en el Sanatorio X, a un lado de la habitación de Y...” (Por cierto, de acuerdo a ese tipo de rumores, ese domingo ha de haber habido unos cinco mil laguneros hospitalizados en el mismo nosocomio). Y todo ello no contribuye en nada, pero en nada, a ningún propósito positivo para nuestra sociedad. Y además, luego se acusa a los medios de zacatones, vendidos y cobardes porque no ventilan esas dudosísimas informaciones. Y es que los medios pretenden (bueno, la mayoría) actuar con mayor sentido de la responsabilidad que el grueso de la población.

Lo cual nos lleva a otra cuestión: la función de los medios en todo esto. Al darle una cobertura tan amplia a los desmanes y crímenes mediáticos de los malosos (como diría el compatriota Zedillo), ¿les estamos dando por su lado, ayudándolos? Al cubrir de manera tan fehaciente crímenes, levantamientos y secuestros, ¿colaboramos con el ambiente paranoide? ¿Contribuimos con la ola de rumores al no desmentir los más notoriamente falsos? La verdad, esta nueva situación está poniendo al periodismo mexicano, impreso y electrónico, en una posición nada cómoda. Y por inédita, como que no hemos sabido cómo responder. Estamos tan destanteados como el Gobierno Federal. Ésa es la verdad.

En todo caso, aunque ciertamente el destino nos alcanzó, considero que el actual clima no debería de conducirnos al miedo paralizante ni a convertir nuestra vida social en un molino de rumores. Ciertamente la culta sociedad lagunera nunca se ha distinguido por sus elevados temas de conversación. Pero escuchar teorías, hipótesis y chismes de narcos durante casi una hora (entre que se prendió el carbón hasta que se terminó la última chilaca-con-queso) como que no es forma de convivir.

Exorcicemos pues a esos dos fantasmas y guardemos el sentido de las proporciones. Claro que en eso tampoco nos destacamos, como lo indica la histeria colectiva con que se recibió la salvación del Santos... como si se hubiera ganado la Champions y como si ello no hubiera ocurrido gracias primordialmente a la mala pata del Querétaro. En fin. Como diría Kalimán: serenidad y paciencia. Respiren hondo y recuerden que en boca cerrada no entran moscas... ni salen rumores.

Consejo no pedido para evitar que chismeen sobre su oscuro pasado en el kínder: Vea “Las Brujas de Salem” (The Crucible, 1996), con guión de Arthur Miller, sobre cómo una comunidad se ve destrozada por los chismes de unas chiquillas histéricas. Provecho.

Correo: anakin.amparan@yahoo.com.mx

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