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Un hombre histórico| Hora Cero

Roberto Orozco Melo

El 2 de octubre de 1980 falleció en Saltillo el profesor Federico Berrueto Ramón y como ha sido costumbre desde el primer aniversario de su deceso, reúne a grupos importantes de coahuilenses ante su túmulo en la Rotonda de los Coahuilenses Distinguidos del panteón de Santiago que recuerdan su fructífera vida y honran su obra como hombre público, destacado político, maestro emérito, relevante historiador, profundo literato y activo promotor de las bellas artes.

Amigos, familiares y representantes de instituciones educativas y públicas, en las cuales tuvo Berrueto una destacada ingerencia estuvimos en la solemne ceremonia Y más, todavía: asistieron grupos de estudiantes de la Benemérita Escuela Normal del Estado, jóvenes de las nuevas generaciones políticas y muchos antiguos servidores públicos que tuvieron la oportunidad de conocerlo, tratarlo y testimoniar su magistral liderazgo: a 27 años de su fallecimiento, Federico Berrueto Ramón ya es considerado un ícono histórico de Coahuila.

En el año 2000, comisionado por el presidente del Colegio Coahuilense de Investigaciones Históricas, tuve oportunidad de leer un texto de mi autoría en la sesión solemne dedicada por la institución a evocar su memoria. En aquella ocasión recordé el siguiente párrafo de la biografía escrita por él sobre el general coahuilense que triunfó el 5 de mayo de 1862 contra el Ejército francés: “A (Ignacio) Zaragoza no lo inhumaron los que el 13 de septiembre de 1862 depositaron sus restos en el panteón de San Fernando; lo que en realidad lo ha sepultado es la montaña de discursos que a lo largo de cien años se han venido pronunciando e incluso repitiendo, en todos los lugares del país al recordar la épica jornada”.

Don Federico conocía, en su modesto modo de ser, los riesgos que corren los hombres históricos cuando se les colma de panegíricos e incienso. De alguna manera quiso entonces decir a los coahuilenses: no vayan a hacer lo mismo conmigo. Y sin embargo, en tiempos críticos para los valores éticos, como los que vivimos, Federico Berrueto Ramón necesita ser recordado. Su ejemplo, cercano en el tiempo, no ha envejecido y su pensamiento, fresco aún, debe seguir siendo un motivo de reflexión. Su vida misma —la pública como político y funcionario; la privada como esposo, padre de familia y maestro— demanda ser reflexionada y revaluada con el respeto que reservamos en nuestro pensamiento y corazón para los hechos positivos de su existencia que en el siglo XX marcaron huella en la vida social, política y cultural de Coahuila.

Varias generaciones de coahuilenses tuvieron la suerte de recibir la cátedra de don Federico en las aulas de la Escuela Normal y de la Preparatoria Nocturna para Trabajadores, que él mismo fundara junto a Villarello y Mariano Narváez. Lecciones que no sólo deben ser atendidas por quienes fueron sus alumnos en las aulas; igual deben comprenderlas y asumirlas quienes fueron sus discípulos en la vida diaria, gozaron los dones de su trato, recibieron los dardos de su certera ironía y constataron su honestidad como funcionario público, altísimo ejemplo que hoy necesita ser divulgado, conocido e imitado. En un ameno discurso, Carlos Ortiz Tejeda dejó evidencias claras del carácter, modestia, erudición y honestidad de don Federico.

Así, los actos póstumos de honrar a quien honor merece no deben ser solamente memorativos y reconocedores, sino puntuales oportunidades para valorarlo a la luz de los acontecimientos pasados y presentes y del ámbito político, social, económico y cultural en que se desarrollaron: ¿Por qué en los años 20 del siglo XX, tiempos en que se modelaba la estructura política de Coahuila a la luz de su nueva Constitución, la de 1918, Berrueto y los llamados diputados independientes consideraron como un deber la resistencia a la presión del gobernador Arnulfo González, quien de muchas maneras había atentado contra los derechos ciudadanos? ¿Cómo hubieran procedido Berrueto y sus seguidores ahora, de darse los mismos agravios en los nuevos tiempos? ¿Qué enseñanzas podrán derivar las futuras generaciones de estos eventos históricos para normar su conducta ante semejantes coyunturas críticas?

La vida de los hombres históricos es un libro abierto y si lo es en quienes han dejado que por ellos hablen los hechos, con mayoría de razón puede estudiarse a los que responsablemente dejaron una memoria escrita de su paso por el mundo. Elucidar con sentido constructivo éste y otros testimonios del ayer constituye una mínima obligación para los fieles amantes de la Historia.

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