“He dicho que México no termina en su frontera, que
donde quiera que haya un mexicano, ahí está México… Externo una enérgica protesta por las medidas unilaterales tomadas por el Congreso y el Gobierno de EU que exacerba [sic] la persecución y el trato vejatorio en contra de los trabajadores mexicanos no documentados”.
Felipe Calderón
Apenas cuatro párrafos que le valieron la ovación más fuerte de sus invitados a la fiesta en Palacio Nacional. Apenas cuatro párrafos, meticulosamente escritos y pronunciados para el consumo interno, pero cuatro párrafos que sonaron a una declaración de guerra en Estados Unidos. Cuatro párrafos que enterraron la “desmigratización” de la agenda bilateral y varios meses de un trabajo discreto de la Cancillería y la Embajada en Washington.
El presidente Felipe Calderón midió bien sus palabras. Su discurso estaba pensado para la prensa mexicana, para sus invitados, para los sectores más nacionalistas del país y especialmente, para subir sus índices de aprobación nacional. Sin embargo, esos cuatro párrafos le abrieron un frente mediático del otro lado de la frontera.
Al respecto, el comentarista Lou Dobbs, de CNN, llamó al presidente mexicano “imperialista e hipócrita” y fue más allá al recordar que en una entrevista al Washington Post del año pasado, Calderón “se diferenció de López Obrador al decirse respetuoso de la ley y declarar que la aplicación de la misma no era condicional”. Por ello el columnista se pregunta si acaso “el presidente mexicano es también respetuoso de la ley estadounidense”.
Si México no se termina en sus fronteras, ¿no valdría la pena que el presidente dejara la retórica de consumo interno de lado, las “condenas enérgicas a las medidas unilaterales” y cuidara sus palabras para no causarle más problemas a los mexicanos que viven en Estados Unidos?
Si bien es cierto que la reforma migratoria está en la ‘congeladora’ del Congreso estadounidense y que con el nulo capital político que le queda al presidente Bush no habrá una reforma sino hasta pasadas las elecciones presidenciales de 2008, varios de los congresos estatales han decidido aprovechar la parálisis legislativa federal y aprobar sus propias reformas migratorias locales, que en la mayoría de los casos son incluso más severas con los trabajadores no documentados que las propuestas que han surgido hasta la fecha en el Capitolio de Washington.
De acuerdo con un reporte de la Conferencia Nacional de Legislaturas Estatales, de enero a julio de 2007 los congresos de 41 estados revisaron poco más de 1,400 propuestas de ley que afectaban directa o indirectamente el status quo migratorio.
De esas propuestas, 170 se convirtieron en leyes locales que impactan en la vida diaria de millones de mexicanos y de otros latinos en territorio estadounidense, al negarles una licencia de conducir, obligarlos a tener un número de seguridad social para poder tener un trabajo, privarlos de los servicios de salud y de educación pública e incluso pedirles una identificación oficial para usar una biblioteca o una alberca pública. Además esta nueva generación de leyes locales empieza a poner el énfasis en castigar a los empleadores que contratan a trabajadores sin documentos legales.
Declaraciones como la del presidente Calderón suenan muy bonitas en México, pero en Estados Unidos sólo alimentan a las mentes creativas de autores como Samuel Huntington, inspiran a congresistas como Tom Tancredo a edificar muros y militarizar la frontera, cargan el cartucho de los Minutemen, se convierten en titulares de los medios y de los blogs más conservadores y sirven de pretexto perfecto para fomentar la paranoia en una sociedad civil que desconoce que los 618 mil empleos creados al año en México, según se nos reportó en el informe, no bastan para evitar que cada año más de 500 mil mexicanos crucen la frontera.
Declaraciones así enriquecen la triste percepción estadounidense de que México tiene en cada hijo a un emigrante en potencia…
genarolozano@gmail.com