Hace unos seis años que estuvimos por última vez en Boston. Estaba por empezar el invierno y la nieve caía de día y de noche. El chofer del vehículo que nos llevaba de una parte a otra, nos dijo en una ocasión: “Vamos a pasar por el Bulverard Ted Williams”.
Y esa vez nos vinieron a la mente muchas anécdotas del gran jugador que tuvieron los Medias Rojas, el que ganó todos los honores y el que fue siempre un personaje polémico, sin muchas atenciones para la prensa y hasta para los mismos fanáticos.
Y es que con “los caballeros de la tecla” como le decía a los periodistas, no tenía muchos motivos para socializar, pues no aceptaba se metieran en su vida privada. De los fanáticos, no les perdonaba que no pudieran perdonar las fallas que los humanos tienen.
Pero era el gran ídolo cuando iba al bat. Su potencia para mandar la pelota lejos lo llevó a ganar muchos premios. En sus mejores juegos, no gustaba corresponder los aplausos de la tribuna quitándose la gorra. Se metía a la caseta de los jugadores y no hacía caso de nada.
Fue uno de los más sobresalientes huéspedes del Salón de la Fama y cuando dejó los diamantes se dedicó a su otra gran pasión, la pesca. Hasta tuvo un programa de televisión en el que aconsejaba que hacer en cada ocasión y que carnadas utilizar.
Cuando uno visita el Fenway Park, el gran estadio verde de Boston, el guía tiene que hacer referencia del paso inolvidable que dejó “El Niño” en esta casa, aquí donde el bat de Ted Williams tronó una y mil veces para dejar una leyenda imborrable.
