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Un poderoso caballero

Gilberto Serna

No podía pasar otra cosa que no fuera lo que sucedió. El Congreso de la Unión, compuesto de varias corrientes políticas decidió lo que, de acuerdo con sus funciones, tuvo que zanjar. Los dueños de televisoras hicieron cuanto pudieron, y lo seguirán haciendo, lo cual es su derecho, aunque a los otros los juzguen como viles mercaderes que no les importa nada que no sea el ganar dinero. Lo que estos últimos no tomaron en cuenta es que vivimos tiempos diferentes a los del pasado, cuando se podía presionar a los cuadros políticos por que, en la mayoría de los casos, eran resultado del engaño a los ciudadanos que acudían a las urnas a emitir su sufragio. Era la época del ratón loco, del carrusel, del robo de urnas, de la compra del voto, de los tacos y de otros más sofisticados recursos para timar al elector cambiándole su voluntad, como la de expedir credenciales para votar cuantas veces se quisiera sin dejar huella, pues la votación se hacía en diferentes casillas, distritos electorales y eran dirigidas por quien estaba encargado de vigilar el desarrollo del proceso durante sus etapas más cruciales. Lo cual resultaba merecido para la sociedad por aceptar que fuera el lobo feroz quien le cambiara los pañales a caperucita.

No me pareció que los dueños del consorcio televisivo tengan temor de que llegado el caso les sean revocadas o no renovadas las concesiones que les otorga el Estado. Se atrevieron por sus pistolas a encadenarse para desarrollar una estrategia dirigida a atemorizar a los legisladores. Hicieron primero una defensa a ultranza de la autonomía del Instituto Federal Electoral con el consabido propósito de mostrar la ilegalidad que estarían cometiendo si le daban cuello a los consejeros, especialmente a su presidente Luis Carlos Ugalde, aunque en verdad lo que pretendían era evitar que se aprobaran disposiciones encaminadas a coartar sus derechos de recibir una buena tajada económica en los comicios venideros. Luego, siguiendo con un plan elaborado a toda prisa, en el mismo tenor de defender sus intereses, se refugiaron en la fementida libertad de expresión que al regular los spots televisivos en las campañas electoral les priva de una fortuna a la que consideran tienen derecho por que la han gozado de siempre. El argumento no tiene desperdicio, se basa en que se estaría vulnerando el derecho a la información y en consecuencia a la democracia política. Ahora resulta que estarían apoyando a las auténticas instituciones democráticas. Tan no es así que piden un referéndum y una consulta al pueblo, cual si a capricho quisieran borrar de un plumazo las instituciones públicas encargadas de legislar.

Están seguros los dueños del dinero en que su publicidad tiene el poder de fabricar un presidente a su medida. En la democracia que practican los empresarios todo puede suceder. Lo hasta aquí dicho, no implica que aplaudamos a los congresistas en su rechazo a las pretensiones de los dueños de las televisoras. Es casi lógico que echen sin contemplaciones a los consejeros electorales, su labor en pasadas elecciones dejó mucho que desear. Lo que no está muy claro es a qué se debe la metamorfosis política. Nunca hasta ahora habían mostrado un criterio independiente. Es más, hay quienes dicen que nunca habían demostrado que fueran capaces de tener criterio. Menos que fueran capaces de enfrentarse al poderoso consorcio televisivo. A menos que tengan el visto bueno de una entidad política de mayor jerarquía. Hasta ahora se les ha visto con buen punch, capaces de victimar de un solo golpe, al igual que Jorge “El Travieso” Arce, a sus antagonistas. No bajan la guardia pues no ha terminado la batalla, aún queda parte del Constituyente permanente, que son los congresos locales, para finalizar la reforma constitucional.

Habría que escudriñar en tiempos pretéritos para encontrarle el hilo a la embrollada madeja. Érase que se era un reino donde dominaba un Rey cuyo poder era infinito. No se movía la hoja de un árbol sin su voluntad. Su único límite estribaba en que ejercía su absolutismo tan solo por seis años. En fin, ese sería el misterio que encierra la actitud de los legisladores. Tienen el visto bueno de la voluntad soberana para limitar el poder de los empresarios de la radio y la televisión. No podría ser de otra manera. Pero me pregunto, volteando hacia el otro extremo ¿qué hace poderosa a una persona? ¿Es simplemente el dinero, o el portar consigo un arma que no traen los demás? El dinero es quizás el más mortífero de los dos, el excelso poeta don Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645), guía los pasos de los seres humanos al escribir en el estribillo de una de sus composiciones: “Poderoso caballero es don dinero/ Madre yo al oro me humillo/él es mi amante y mi amado/ pues de puro enamorado,/ de continuo ando amarillo;/ que pues, doblón o sencillo,/ hace todo cuanto quiero,/ poderoso caballero es don Dinero”.

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