Las ideas, que no las hubo o que el pueblo no digirió cansado de tantas mentiras, no fueron suficientes para inclinar a los electores a favor de uno de los candidatos en B.C. se necesitaba experiencia en estos menesteres de la política además de dinero, mucho dinero, en monedas, en billetes, en cheques o en materiales de construcción o en despensas con unos cuantos alimentos para convencer a los ciudadanos a acudir a las urnas a depositar el voto libre y soberano que según la gastada frase del IFE es la llave de la democracia. No se crea que es la primera vez que se recurre a esa fórmula, la verdad es que siempre ha sido así aunque en esta ocasión se llegó al súmmum del descaro, como un anchuroso río, encrespado por aguas caudalosas, turbias vertientes de dinero corrían rugiendo hasta los bolsillos de unos cuantos vividores que manejan muchedumbres compuestas de familias menesterosas, que habitan colonias en calles polvorientas, sin pavimento, sin luz eléctrica, sin servicios sanitarios, sin seguridad, sin tuberías de agua potable, ni drenaje, casi, casi o peor que como estaba antes de los seis días en que el buen Dios creó este mundo. Maniatados como reses, conducidos en camiones de redilas, arribando a los mítines señoras con niños chamagosos en los brazos, un calor infernal y una nube de moscas peleando a brazo partido por posarse en los frijoles de las tortas repartidas momentos antes. ¡Ah!, lo olvidaba, y un refresco.
Luego el candidato vestido de azul o de verde o de blanco, para el caso lo mismo da, parado bajo un toldo, con los músicos trompas de hule tocando a todo volumen, con un micrófono en la mano igual que hace diez, veinte o cien años, haciendo uso de la palabra hasta desgañitarse, prometiendo el oro y el moro, con una multitud aburrida, ahíta de escuchar las frases demagógicas de siempre. Mientras, en lujosas mansiones influyentes varones, bien peinados, con trajes de lino, oliendo a lavanda francesa, se frotan las manos, ellos no corren riesgos jugaron sus cartas a la segura, millones para un lado y millones para el otro, ya habrá tiempo de pasar facturas. En una de las calles de Tijuana se oye el trote rebotado de una recua de burros que con sed y cansados de trajinar por los montes cercanos, hacen un alto bajo un árbol frondoso. El burrero llamado Abundio, no estaba enterado de las campañas políticas y si lo hubiera sabido, con enorme sabiduría pueblerina le daba igual el pinto que el colorado, estaba sentado en una piedra oyendo a los jumentos platicar. No se asombre, querido lector, los arrieros cuando van por el campo saben distinguir los rebuznos que forman oraciones, por lo que si se aguzan los oídos se alcanza a comprender la enorme filosofía que encierra el cerebro de estos animales tan vilipendiados, considerados como el colmo de la rudeza y la tosquedad, carentes de pulimento y racionalidad, semejantes a algunos políticos que no rebuznan, pero a los que poco les falta.
En la oscuridad, brillando en el firmamento una miríada de estrellas, el cielo se había adueñado de la noche. Una vez que el agotado jayán se envolvía en su raída cobija, dormía a pierna suelta, recostado en el suelo, los asnos platicaban, en veces de sus cosas, en otras de sus amores, era una chulada verlos retozar recordando las ancas de aquella joven bestia que habían visto en el pueblo. Oye Juvencio, el que hablaba era un burro viejo, con pelos en las largas orejas, te digo que lo escuché, dijo que se haría una prenda de vestir con los miembros de nosotros. A cómo serás exagerado, dijo el otro, si bien trae cinturón y botas de piel de cocodrilo, para que le alcance para un chaleco se vería en la necesidad de emascular a una docena de nosotros, está bueno sí, pero que no abuse de su imaginación, dijo el más joven. Ambos subrayaron la puntada con una carcajada, enseñando sólo la parte delantera de su dentadura. Al mediodía, cuando los rayos del Sol caen como brasas ardiendo, el tal Abundio, que tenía un genio muy disparejo, con una correa, más corta que un látigo, que traía para lo ocasión, les soltó un cuartazo sobre los traseros, sin más razón que el hecho de que podía hacerlo. Los burros aceleraron la dura brega.
Las notas de los medios indican que el candidato panista lleva la delantera. El gran seductor, experto en corromper y someter no pudo con el lastre de una vida de disipación y excentricismo. Su leyenda ha sufrido un fuerte desmayo. No supo cómo derrotar a sus adversarios que se le echaron encima de a montón. No había qué hacer más que romper su deteriorada imagen en mil pedazos haciendo hincapié en que está ligado al crimen organizado y al asesinato de un periodista, cosas que la voz popular ha venido diciendo hace tiempo, aunque no haya un veredicto judicial que ponga un punto final a tan graves acusaciones. Es un hombre que no disfraza sus pensamientos, lo que ha servido a sus enemigos para levantarle un cerco de púas a sus aspiraciones políticas. Su leyenda ha desmoronado su prestigio como nubarrones empujados por los vientos. Una sociedad gazmoña le ha puesto las cruces indicándole que su olor a azufre no es bienvenido. Al alzarle el brazo por haber triunfado en su nominación como candidato de su partido, preguntó: ¿qué debo hacer?, le contestaron sus consejeros: nada, ser tú mismo, el pueblo está cansado de políticos rastacueros* Ahora, ha de pensar que, a lo mejor por eso.
Nota Bene.- Rastacuero: persona inculta, adinerada y jactanciosa.