El viernes presentó su renuncia al cargo de presidente del Instituto Federal Electoral Luis Carlos Ugalde, dejando con un palmo de narices a los diputados federales cuyos grupos no se han podido poner de acuerdo en quien será el que ocupe su lugar, optándose por nombrar un sustituto temporal de entre los propios consejeros electorales. El Partido de la Revolución Democrática se ha subido en su macho tratando de que Genaro Góngora Pimental sea aceptado para ocupar el puesto, ahora vacante, lo que no es del agrado de los otros partidos, a saber, el Revolucionario Institucional y el de Acción Nacional. En el estira y afloje se venció el plazo para hacerlo, sin que lograran ponerse de acuerdo. Eso dio paso a que Ugalde les dedicara una sonora trompetilla cuando le dijeron que se quedara, renunciando de inmediato. Se fue, no sin antes decirles, que el IFE no puede estar sujeto a los vaivenes y desacuerdos de los partidos políticos, que merece el respeto correspondiente a un organismo que fue creado para desempeñar una función primordial como lo es el de organizar y vigilar los procesos electorales en el país. Le habían pedido se fuera una vez decidido quien sería el nuevo titular.
Es un asunto que, si no fuera tan serio, provocaría al menos una sofocada risa burlona. Todos los que actuaron como comparsas en la decapitación, coincidieron en que no se afecta en nada la vida institucional del IFE. A Luis Carlos le pasó lo que al político francés Robespierre, (1758-1794), el que una vez que terminó sus servicios, mandando a la guillotina a cuanto monárquico, girondino y partidario de la burguesía, se le pusieron enfrente; pagó con la misma moneda, pues lo subieron al cadalso y le cortaron la cabeza. Los ciudadanos de banqueta observan que bien ganado se tiene que sin contemplaciones le hayan dado las gracias, pues su labor al frente del instituto careció, se dice, de la imparcialidad y objetividad requeridas, dejando un mal sabor de boca dado que no supo -o lo supo demasiado bien-, cómo evitar que la mitad de los mexicanos quedaran en la incertidumbre de si el triunfo de uno de los candidatos fue real o no. Lo que se le desea es que le vaya bien, yendo a echar pulgas a otro lado, especulándose que impartirá cátedra en la Universidad de Harvard, que se le sugiere titule “que trapisondas hacer para lograr que a una autoridad se le acuse de falta de legitimación”.
Es cierto que la vida institucional sigue intacta pues los encargados de acabar con el desorden son los mismos que lo provocan. El ahora renunciante fue electo para presidir el IFE hasta el año de 2010, no obstante se le manda a su casa antes de tiempo no obstante que tenía el carácter de inamovible. Es esa la primera pifia. Se aprovechó el descontento social y político que se derivó de su pobre actuación en pasados comicios. Ahora la nueva Ley electoral establece un plazo para designar a su sucesor que no se cumple. Estamos en presencia de una segunda pifia. Es cierto, no se afecta la vida del instituto, excepto la confianza de la ciudadanía. La tercera pifia fue convocar a los ciudadanos para que accedieran al proceso que repondría al presidente y dos consejeros, mediante el cumplimiento de ciertos requisitos. Se les mintió con gran descaro. Ya cada partido político tenía sus favoritos. La gran mayoría de los que acudieron al mitote que se formó, a saber más de 500, no tendrían el menor chance. Estaban fuera de la competencia antes de enfrentarse al jurado que tomaría sus impresiones. A eso se le llama estafa que viene a ser un fraude calificado. Les ofrecieron el proverbial guisado de liebre, resultando un vulgar gato de callejón.
Se señala que Luis Carlos hizo estudios de economía y postgrado en ciencias políticas y quien sabe cuánto más, lo cual, ya se observa, no es garantía de que las cosas vayan a salir bien. Se requieren diplomas académicos, claro está, pero además una gran sensibilidad política y una honradez forrada en acero que resista los embates de la seducción de quienes ejercen el poder desde las altas esferas. Son estos encaminadores de almas, que una vez logrado su propósito abandonan al infeliz, que cayó en sus garras, dejándolo a su suerte. En fin, lo que se ha querido corregir, nombramientos en una ruleta desnivelada y dados cargados, se está queriendo repetir con un amañado proceso de selección. Mientras los partidos se reparten, lo que se ha convertido en un botín, me atrevo a pronosticar que el próximo presidente del IFE deberá llevar toga, birrete y en la mano un martillo, ya que sólo así podrá acabar con estos enredos y desenlaces, que se pueden comparar con una comedia griega, donde se ventilan la farsa, el sainete y el vaudeville.