Una esquina para jugar con fuego
Algunos por gusto, otros por necesidad, varios jóvenes iluminan con llamas los cruceros más transitados de esta ciudad. Malabaristas del fuego y ‘dragones’ de gasolina comparten -a veces, pelean- la vía pública entre autos y miradas atentas e indiferentes, en busca de unas cuantas monedas para sobrevivir o divertirse.
TORREÓN, COAH.- Ver el desfile de vendedores, promotores o de quienes con un trapo y un poco de agua enjabonada buscan ganarse el pan de cada día limpiando parabrisas en un crucero, empieza a ser parte del vivir cotidiano de los laguneros que transitan en cuatro ruedas la ciudad.
A aquéllos se ha sumado un grupo de supervivientes urbanos que se ganan la vida jugando con fuego, al mejor estilo circense: payasos, saltimbanquis, maromeros y tragafuegos, alumbran las esquinas más concurridas de la Comarca.
Para algunos automovilistas este tipo de situaciones suelen tornarse incómodas. María Luisa, una joven estudiante de sexto semestre de comunicaciones, dice que en algunas ocasiones se siente intimidada, sobre todo con las personas que limpian los carros, porque según ella son muy insistentes, “prefiero darles monedas a quienes hacen maromas con palos y fuego en las esquinas, porque es como si fuera un trabajo, se están ganando la vida honradamente”.
Comentarios como el de María Luisa existen a montones, tantos como manos hay detrás de un volante, algunos con una opinión negativa y otros con una positiva, acerca del fenómeno de las esquinas y los supervivientes que habitan en ellas, jugando entre automóviles y luces de semáforo, muchas veces a 40 grados de temperatura y bajo los rayos del Sol. Jesús Alonso, de 52 años, y jubilado del Seguro Social, opina: “esta cañón al medio día estar haciendo eso, hay que darles algo mejor acá, a que estén robando”.
Semáforos como el de Independencia y Mariano López (calle 12), Independencia y Colón, Colón y Abasolo o Diagonal Reforma y Juárez, son algunos de los más disputados por las personas que hacen de estas esquinas su lugar de trabajo, en donde están incluso por varias horas, como las de cualquier jornada laboral; esquinas que vigilan celosamente de la competencia, porque una vez establecido como lugar de trabajo, algunos no permiten que alguien más se adueñe de su esquina.
Marco, Moy, Perla y el Güero conforman un grupo de jóvenes cuyas edades oscilan entre los 16 y los 21 años de edad. Algunos estudian la preparatoria y otros desertaron de ella. Aprendieron a mover las cadenas y los palos, a palmear algún llamador o tambor improvisado con ritmos afro, y a manipular las antorchas con fuego al estilo circense; con estas técnicas dominadas de una manera artesanal. Este grupo, del que salen e ingresan constantemente diferentes integrantes, arman un “show urbano”, como ellos lo denominan, para unos espectadores que los tendrán que ver por un lapso de 45 segundos.
Una vez seleccionada la esquina para actuar, deciden los roles. Para empezar la función, Marco con las cadenas de antorcha, Perla y el “Güero” con los desvencijados tambores y Moy listo para la recolección de una “ t a q u i l l a ” que en ocasiones suele ser muy buena para ellos. Por lo general el espectáculo que improvisan suelen presentarlo cuando la oscuridad hace que las llamas de las antorchas sean las protagonistas, es decir entre 7 y 10 de la noche, tiempo suficiente para recaudar unos 400 pesos, los cuales dividen en partes iguales: 100 para cada uno.
Lo que para jóvenes como los de este grupo se ha vuelto un estilo de vida que les permite viajar y conseguir recursos y, en el mejor de los casos, gastarlos en algunos lujos -como salir en la noche, comprar unos tenis o pagar los exámenes extraordinarios quienes todavía estudian-, para otros habitantes de los semáforos es su único ingreso y de él depende la subsistencia de toda una familia. Muchas personas laboran en las esquinas para sobrevivir, tal es el caso del “payasito”, como le dicen los niños a Héctor a través del cristal de los automóviles.
Héctor Iván Pérez Correa es un joven de 18 años, originario de Durango capital que desde hace tres años vive en Torreón. De su trabajo dependen él, su esposa y su hija de dos años. Estudió solamente la primaria y hace 5 años que vive de esta actividad. “Flamita”, nombre artístico de Héctor, aprendió este oficio de su hermano, que se dedica a la misma actividad.
En las mañanas se levanta a trabajar en la esquina de Juárez y Diagonal Reforma, hace piruetas con los aros y en las noches con las antorchas.
“Flamita” acude todas la mañanas de martes a domingo a la selva de concreto para empezar su rutina, utiliza un vestido de payasito con colores vivos, se maquilla la cara para ocultar sus ilusiones perdidas y estar siempre alegre. Para esto ya ha preparado sus materiales de trabajo: con el palo de una escoba hace cuatro antorchas de unos 35 centímetros, en las puntas pone un pedazo de mezclilla enredado y sostenido con un clavo, compra 18 pesos de gasolina y sale a torear carros en las esquinas.
Su jornada laboral depende más bien de la cuota que se pone al día: 300 pesos entre semana y 500 pesos los fines de semana; esto puede llevar hasta 7 horas por día. Paga 350 pesos de renta al mes por una habitación que, como no tiene cocina, lo obliga a comer fuera con su familia.
De ahí saca para los camiones, el vestido y las demás cosas del sustento familiar. Este joven a sus 18 años ya es jefe de una familia que lo motiva a salir en las noches armado de cuatro antorchas y un silbato en la boca a jugar con fuego, trepado en una silla que ubica en el medio de la calle, mientras busca las miradas de los conductores que a veces no le ofrecen atención alguna.
“Por lo general la gente es buena, los niños se ríen y los papás me dan dinero. A mí me gusta este trabajo, cada vez me esfuerzo por hacer nuevas piruetas, nunca me he quemado, me he dado golpes que duelen, aunque lo que más cala son las palabras de algunos chavos que pasan en grupo, en sus coches, y te gritan cosas feas, pero yo los ignoro y sigo trabajando, hasta los taxistas me dan monedas y se portan bien”.
Como el de “Flamita”, existen casos de otros jóvenes que como única salida tienen que aprender de manera graciosa a mover palos, cadenas, aros o pelotas, para que en la esquina de algún semáforo de la ciudad los conductores les den algún dinero para mantenerse ellos solos o con sus familias.
Imaginamos que escupir fuego es algo que realiza el experto de algún circo famoso o una persona que tiene mucha experiencia en actos insólitos, sin embargo, en la Comarca Lagunera ya es muy común ver que en alguno de los semáforos concurridos haya alguien como Luis, quien compra todas las noches un galón de gasolina, le da un trago y luego escupe el combustible frente a un encendedor o una antorcha, para ofrecer un espectáculo visual al estilo “hombre dragón” que le permita recolectar dinero para la comida y techo de él y su familia.
Luis y su primo Toño trabajan en el semáforo de Cuatro Caminos algunas veces, otras en la Colón e Independencia. Ambos tienen familia. Luis, casado y con dos hijos, hace 9 meses que trabaja en las calles, mientras que Toño vive sólo con su esposa y a pesar de que han trabajado de obreros en las maquilas y como ayudantes de albañilería, la falta de trabajo los llevó a vivir de este oficio, del que sacan entre 300 y 400 pesos en 6 ó 7 horas de trabajo.
Ambos coinciden que al principio lo más difícil era el sabor de la gasolina, que incluso los mareaba, pero después de la tercera noche ya se habían acostumbrado al embriagador aroma del combustible, y de una u otra manera éste ha sido un oficio que les ha permitido vivir, aun cuando los dos coinciden que lo que hacen es de manera temporal, mientras encuentran otro tipo de trabajo.
Cada día son más las personas que por diferentes situaciones ingresan a este submundo urbano de las llamas y las maromas para atraer a un público que los observa algunas ocasiones indiferente y otras atento. Manipular artísticamente el fuego, hacer maromas o golpear un tambor, son actividades que para un grupo de jóvenes como el de Marco, Moy, Perla y el “Güero”, significan un estilo de vida: mientras que para “Flamita” sencillamente es el oficio que, además de hacer con pasión, le ayuda a sostener a su familia. Ver a “hombres dragón” escupiendo fuego ya no es el exótico espectáculo de un circo, ahora es algo que en cualquier semáforo de La Laguna puedes ver a todas horas del día.