El martes pasado un grupo numeroso de organizaciones y personas entregó en la Nunciatura una carta que desean llegue al Papa Benedicto XVI donde manifiestan su apoyo y solidaridad al obispo de Saltillo, don Raúl Vera López. Iniciaron ese día la campaña titulada “Una luz para nuestro buen pastor”. A la tarde siguiente, en Monclova se realizó una Caminata por la justicia, igualmente en acompañamiento al prelado, “para que continúe al frente de nuestra diócesis defendiendo los derechos humanos de los sectores más desprotegidos, sin que sea censurado su trabajo pastoral, ni su libertad de expresión”. Mañana martes, en fin, “las organizaciones de derechos humanos, las viudas, los pobres, el movimiento de mujeres, huérfanos y huérfanas, trabajadores, migrantes, indígenas, campesinos, campesinas, homosexuales y lesbianas”, expresarán en la Casa Lamm de la colonia Roma en la Ciudad de México su reconocimiento al eminente dominico por su “perseverante defensa de nuestros derechos, por su solidaridad y cercanía, por su incansable fidelidad a la causa de quienes somos excluidos y excluidas por un sistema de injusticia y desigualdad”.
¿De qué se trata? ¿Por qué en Saltillo se demanda que “continúe al frente de nuestra diócesis? ¿Podría ocurrir lo contrario? La respuesta a esas preguntas no es precisa porque no se ha formalizado ninguna presión en su contra, pero se ha percibido la inminencia de algún acto del Vaticano, que puede ser una desautorización, una reprimenda y hasta su traslado a otra sede episcopal. Todo porque en su ministerio el hombre de fe que es don Raúl se sobrepone al hombre de poder que es todo miembro del Episcopado, y por lo tanto no contemporiza con quienes lastiman a los débiles y los agravian.
Ingeniero químico por la Universidad Nacional, don Raúl (nacido en Acámbaro el 21 de junio de 1945 y por lo tanto lejano a su jubilación), se incorporó a la Orden de predicadores a los 23 años y fue ordenado sacerdote a los treinta, el 29 de junio de 1975. Preparado con rigor en los mejores establecimientos dominicos, en Bologna y en Roma, al volver a México desempeñó su ministerio practicando la opción preferencial por los pobres, lo que le valió ser nombrado al comenzar 1988 obispo de Ciudad Altamirano, una diócesis en lo alto de Guerrero, donde la miseria parece inextirpable. De allí lo arrancó el nuncio Girolamo Prigione en 1995 para urdir una a la postre fallida maniobra contra don Samuel Ruiz. Designado obispo coadjutor de San Cristóbal de las Casas, si eso se esperaba de él, don Raúl frustró la expectativa de quien lo deseaba vigilante del sucesor de fray Bartolomé(este dominico como él), y menos aun intrigante para ocupar su silla. Lejos de esas expectativas perversas, don Raúl se identificó plenamente con la tarea pastoral de don Samuel (que presidirá el acto de mañana martes) y lo mismo que él había hecho 35 años antes, se hermanó con los más desvalidos, es decir con las comunidades indígenas.
Trasladado a Saltillo, don Raúl llevó consigo sus convicciones y en un ambiente en apariencia diferente encontró un clima semejante en cuanto a falta de respeto a los débiles. De modo que no tardó en sumarse a los reclamos de los pobres y los ofendidos, en una labor incansable y discreta. Sólo se hizo notoria cuando la dimensión de las circunstancias así lo exigió: la tragedia de Pasta de Conchos y la violación de mujeres por militares en Castaños, ocurridas en febrero y julio del año pasado lo obligaron a alzar la voz en clamor justiciero que irritó a los poderosos que juzgan que esa violencia social debe ser admitida como un hecho normal y sin consecuencias, cobijada por una Iglesia acomodaticia.
Hace un mes, el juzgador que sentenció a los militares que atacaron a mujeres en Castaños denunció a don Raúl ante el Vaticano. Probablemente con asesoría en derecho canónico el juez penal, Hiradier Huerta Martínez, lo acusó de “abuso de potestad eclesiástica” por condenar en diversos espacios la lenidad practicada en beneficio de los violadores, impunes los más de ellos. La singular denuncia, a la que como fiel tiene derecho, podría estar, sin embargo, relacionada con otro episodio que ha sido conocido en Roma y que, según rumores, no confirmados por el obispo, habría provocado un extrañamiento entregado a don Raúl por el nuncio Christopher Pierre, que habría devuelto al Vaticano la respuesta del pastor.
Se trata de la incursión de don Raúl en un terreno que la Iglesia pretende eludir. Escribió el prólogo al libro Prueba de fe, de la periodista Sanjuana Martínez, cuyo subtítulo es “La red de cardenales y obispos en la pederastia clerical”, que sigue a Manto púrpura. Pederastia clerical en tiempos del cardenal Norberto Rivera Carrera. La nueva obra involucra otra vez al arzobispo de México en protección a delincuentes de esa laya, e implica en casos semejantes al cardenal de Guadalajara, Juan Sandoval Íñiguez.
Tras un examen del tema con profunda espiritualidad don Raúl concluye que “el obispo tiene una representación y no actúa solo, es parte de la Iglesia y por lo tanto no puede poner en juego al resto de la Iglesia por proteger a un individuo… en ocasiones, lo que denominamos normalmente pecados son delitos sancionados dentro del orden jurídico civil. La justicia tiene que ser integral, es la persona del sacerdote a la que se debe ayudar seriamente, no solapándolo, y a las víctimas directas debe atendérseles, lo mismo que proteger a quienes son víctimas potenciales”.