EFE
BAGDAD, IRAK.- La crisis que atraviesa Irak después de la caída del régimen de Saddam Hussein hace cuatro años ha convertido la vida cotidiana de los iraquíes en un infierno insoportable de peligros y escasez.
Tras cuatro años de ocupación, los sueños de los iraquíes de vivir en un país democrático, multicultural y no basado en la división étnica se ha convertido en un simple espejismo, según han explicado varios ciudadanos iraquíes en el cuarto aniversario de la invasión.
Cortes de electricidad, montañas de basuras por las calles, restaurantes y cafés desiertos... la vida en Bagdad y otras ciudades de Irak es cada vez más difícil aun sin tomar en cuenta la omnipresente violencia.
Aviones estadounidenses atacaron el 19 de marzo de 2003 posiciones de la artillería iraquí en la zona de exclusión aérea del sur de Irak que amenazaba un posible avance de las tropas de tierra de EU y el Reino Unido.
EU irrumpió con unos 170 mil soldados en Irak el 20 de marzo de 2003, acompañado por unos 15 mil soldados de otros países, en particular Reino Unido, Australia y España. Veintitrés días después las tropas de EU entraron a Bagdad, y un mes más tarde el presidente George W. Bush posó en la plataforma de un portaaviones bajo un cartelón con el texto “Misión cumplida”.
Cuarenta y ocho meses más tarde, Estados Unidos todavía mantiene en Irak unos 145 mil soldados.
“El resultado de los cuatro años de ocupación ha sido una catástrofe para todos los iraquíes que tienen que enfrentarse a un futuro vago e incierto y a una vida desesperada”, señala el sociólogo Sarmad Abdelrahman.
Los padres están extremadamente preocupados por la seguridad de sus hijos desde el momento en el que entran en las escuelas, institutos o facultades, expuestos a los escuadrones de la muerte y a los coches bomba.
“Desde el momento en que los niños salen de casa empezamos a preocuparnos. Tenemos que acompañarles hasta que llegan a su destino y también en su vuelta”, asegura Abu Rania, residente del barrio suní de Al Gama (Universidad) al oeste de Bagdad.
“El camino a los centros educativos está lleno de peligros incluidos los coches bomba, los secuestros y los tiroteos”, afirma Rania.
Por su parte, Fatima Husein madre de una niña de 12 años del barrio shii de Bayaa en el sur de Bagdad asegura que está “preocupada todo el tiempo desde que Alia (su hija) sale de casa para ir al colegio”.
La mayoría de los iraquíes contactados han sido unánimes en su valoración de la situación post-Saddam y aseguran que les ha sumido en una tragedia que no esperaban.
Los servicios básicos, que el régimen de Saddam garantizaba de forma modélica -a cambio de una terrible represión- son ahora un lujo: sólo hay suministro cuatro horas al día en Bagdad, y la basura se amontona por las calles porque los grupos insurgentes ya han matado en varias ocasiones a trabajadores encargados de retirarla.
La única forma de tener electricidad es mediante generadores de gasóleo, cuyo ruido atronador invade barrios enteros y eso cuando no llega algún grupo insurgente y obliga a apagarlo. En el capítulo de los suministros los iraquíes también están teniendo problemas.
“Estamos privados de algunos productos básicos sometidos a racionamiento en el régimen anterior”, según Saad Abdelhadi, vendedor de una tienda de alimentación del barrio suní de Al Amel en el oeste de Bagdad.
“Los productos básicos que están en la cartilla de racionamiento son azúcar, té, arroz y harina, pero no los recibimos de forma regular y es muy difícil ir a buscarlos por la falta de seguridad”, agrega.
“Esta situación de peligro obliga a mucha gente a comprar en el mercado negro”, afirma.
Lo mismo sucede con el suministro de gasolina y otros derivados del petróleo a pesar de que Irak es uno de los miembros más importantes de la OPEP y el segundo país con más reservas de petróleo después de Arabia Saudita.
“Tenemos que esperar tres o cuatro horas, a veces incluso más, para llenar nuestros depósitos de gasolina y para comprar algunos productos”, según el taxista Yauad Samerrai.
“No te puedes sentir seguro cuando te desplazas en transporte público. Los suicidas a menudo se inmolan entre los pasajeros”, aseguró un ciudadano iraquí que pidió anonimato.
Los lugares de ocio, restaurantes y cafés, han ido cerrando uno tras otro: la inseguridad y el miedo los ha vaciado de clientes, y muchos iraquíes no tienen presencia de ánimo ni siquiera para desplazarse en coche a visitar a sus parientes, por miedo a los falsos controles de carretera.
La famosa calle de Abu Nawas, junto al Tigris, antaño centro de la vida social bagdadí, está ahora pavorosamente vacía, y sólo transitan por ella quienes se ven obligados a entrar en la fortificada Zona Verde.
La ciudad de Bagdad lleva ya más de un año sometida al toque de queda desde las ocho de la noche hasta las seis de la mañana.