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UNAM: Elección de rector| Plaza Pública

Miguel Ángel Granados Chapa

Concluida ayer la ronda de entrevistas a las que convocó, la Junta de gobierno de la Universidad Nacional se apresta a elegir al sucesor del rector Juan Ramón de la Fuente. Lo hará en las próximas horas o días, para concluir esta misma semana el proceso de renovación del principal cargo universitario del país.

El proceso que está por terminar tuvo dos fases bien definidas: la primera se evidenció en los medios de información desde meses atrás, con la formación de un elenco en parte resultado de la observación del panorama universitario realizada por los informadores dedicados a la UNAM, y en parte inducido desde la Universidad misma. La segunda fase se abrió formalmente el 7 de octubre, con la convocatoria expedida por la Junta de gobierno, en atención a lo previsto por la Ley orgánica que rige sus facultades, que le ordena realizar una exploración al efecto entre la comunidad universitaria. Al cabo de esa auscultación el órgano elector hizo suyo el elenco previamente integrado, compuesto por seis directores y ex directores de institutos y facultades, y agregó los nombres de una funcionaria y un profesor que emergieron de la consulta. Aquel fue el caso de los ex directores Gerardo Ferrando Bravo (Ingeniería), José Antonio de la Peña (Matemáticas) y Diego Valadés (Investigaciones jurídicas); y de los directores José Narro Robles (Medicina), Fernando Pérez Correa (Ciencias políticas y sociales) y Fernando Serrano Migallón (Derecho). A ellos la Junta sumó a Rosaura Ruiz, secretaria de desarrollo institucional convertida por ello en la primera mujer formalmente aspirante a la rectoría, y Luis Javier Garrido, profesor de carrera, surgido de una corriente estudiantil no avenida a las formas institucionales. Esta candidata y ese candidato se distinguen de la sexteta restante, además, porque no han servido en la administración federal, en que todos los demás ocuparon posiciones relevantes.

Entre el 10 y el 31 de octubre, la Junta recibió a más de mil doscientos grupos, integrados por 7 mil 614 personas, además de cientos de documentos firmados por más de 40 mil miembros de la comunidad universitaria. El 5 de noviembre los ocho escogidos presentaron su proyecto de trabajo y los días 7, 8, 9 y 12 fueron entrevistados, hasta por cuatro horas, por los miembros de la Junta de gobierno, que al terminar esa fase del proceso quedaron en posición de elegir al rector.

Será un ardua labor, porque los candidatos presentaron proyectos que denotan su conocimiento propio de la institución que quieren regir y/o la visión que recogieron en sus encuentros con quienes los apoyaron o mostraron interés en escucharlos (encuentros que las más de las veces se realizaron con pulcritud académica y sólo en escasos y visibles momentos parecieron parte de una campaña de proselitismo en que se buscara el voto de los reunidos). Y también porque la hoja de vida de los aspirantes los muestra en mayor o menor medida poseedores de preparación, talentos y virtudes bastantes para encabezar durante los próximos cuatro años a la principal institución superior del país.

No ignoro ni reduzco las calidades de todos los candidatos, a todos los cuales he tenido ocasión de tratar, en algunos casos estrechamente a lo largo de los años (fui condiscípulo de Garrido y Pérez Correa, por ejemplo). Pero debido a mi proximidad amistosa con el director de la Facultad de derecho (una de las dos en que tuve el privilegio de formarme), Fernando Serrano Migallón, de donde deriva mi conocimiento cercano de su desempeño, me inclino a afirmar que desplegaría en el espacio general de la UNAM un papel semejante al que durante ya casi ocho años (fue reelegido en 2004) realizó en ese plantel centenario, cuyo origen data de hace más de 450 años. La sola modificación del plan de estudios, que removió una costumbre académica que rebosaba anacronismo, y la permanente campaña de difusión cultural e histórica con que benefició a los estudiantes, serían motivos para esperar que afanes semejantes, amén de otras iniciativas propias de la dimensión del cargo, fueran llevadas adelante desde su rectoría.

Para aminorar un tanto la subjetividad de esta expresión de simpatía al talante académico de Serrano Migallón, hago mías apreciaciones de un grupo de adherentes a su candidatura, ninguno de ellos profesor de la facultad que dirige y que han “estado vinculados a la UNAM por más de cuarenta años, como alumnos, funcionarios, profesores o investigadores”. Si bien creen que por sus méritos algunos candidatos “en el pasado hubieran sido magníficos rectores” y otros “son los mejores prospectos del futuro”, Serrano Migallón “es el más idóneo aspirante del presente”.

Lo consideran, y yo con ellos, “un universitario que ha llegado a la madurez que requiere el desempeño de la rectoría, que ha de ejercerse con altura de miras, prudencia y serenidad”. Su concepción de la función social de la universidad pública, su amplia preparación (adquirió grados en leyes, economía e historia, y estudió administración pública) “nos hacen pensar que siempre conducirá a la Universidad por el camino de la legalidad y por un rumbo coherente con nuestro esfuerzo histórico por forjar una nación libre e independiente”.

Concluyen que “por su labor como docente y su numerosa obra publicada, así como por su vasta cultura, que le ha merecido la membresía en asociaciones académicas…tiene el prestigio intelectual suficiente para dirigir y representar dignamente a la UNAM”.

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