La forma en que se ha arbitrado la liguilla hasta el momento abre dos ventanas peligrosas para el desenlace del torneo y para futuros eventos y estas son: que se sancionen como penales faltas pequeñas e intrascendentes y que los árbitros asistentes tomen en sus manos el poder para sancionar infracciones en el área penal que se traduzcan en la máxima sanción.
Famosos instructores como José María Codesal decían que el gran árbitro se conoce por su valor para sancionar las faltas dentro del área, es decir, su capacidad para marcar o no penales y esto tiene mucho de cierto.
Las faltas van tomando mayor peligrosidad conforme se cometan cerca de la portería pues sancionar una infracción a campo abierto, a la vista de todos y en mitad del terreno de juego no tiene mayor chiste pero donde los huesos crujen es precisamente en la zona de los 16.50 metros.
El futbol es un juego de contacto por excelencia y el balompié moderno se caracteriza fundamentalmente por la extraordinaria preparación física de los contendientes, por lo que resulta imposible sancionar faltas sólo porque “existió el contacto” como suelen describir una supuesta falta algunos comentaristas de radio y televisión. Además, el grado de dificultad para el juez se multiplica, pues en México para tirar un corner, por ejemplo, se cometen todo tipo de jaloneos, empujones, golpes y artimañas que darían para marcar un rosario de penales si esto lo permitiera la Regla de Juego.
Hemos visto en los partidos de la llamada Fiesta Grande penales sancionados por faltas mínimas, pero ojo, finalmente faltas, por lo que no se puede acusar a los árbitros por marcarlas; lo que sí es urgente pedirles es consistencia, es decir, a faltas parecidas, sanciones similares, y así se tendrán que educar los defensores a evitar esos faules diminutos que antes no se marcaban.
El otro tema es la desmedida intervención de los árbitros asistentes en la marcación de faltas en general y de penales en particular y creo que como toda exageración esta situación no es positiva.
El reglamento en el futbol gira en torno a la intencionalidad para cometer las faltas, y el único juez de esa conducta es el árbitro; los asistentes son precisamente eso, auxiliares que deben estar adiestrados para que, en aquellas faltas evidentes que consideren que el juez central no haya observado, porque de haberlo hecho las marcaría, entonces sí hacerle saber su opinión.
El problema es que ahora sancionan a priori convirtiendo al central en un auxiliar con silbato que marcará lo que ellos vieron, fabricando con ello un mundo al revés.
Recordemos que el asistente está en la banda no por vocación sino porque fracasó en su intento por ser árbitro central y fue derivado hacia la orilla del terreno de juego.
Lo peor de esta situación es que algunos árbitros, comodinos y timoratos, ya agarraron la modita de mirar todo el tiempo a su auxiliar para marcar o dejar de hacerlo, lo que va en contra del mandato reglamentario de aplicar las reglas.
El mejor ejemplo de esta peligrosa y perniciosa práctica se dio en el Chivas ante Tigres, donde tres penales fueron vistos por los asistentes y pitados por el central, y la mano de Cáceres, coincidentalmente un penal gigantesco, resulta que nadie lo vio, simplemente para Ripley.
Vamos a esperar a ver si un asistente no define el campeonato. ¡Aguas!.
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