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Ventas por teléfono| Hora Cero

Roberto Orozco Melo

Ayer fue un día especial: estuve solo en mi oficina: no había secretaria, ni tenía visitas. Prendí mi computadora, acomodé unos cuantos papeles dispersos sobre mi mesa, eché un vistazo a los periódicos, accesé al sistema de escritura word e inicié esta columna, iniciar vale a escribir el título y mi nombre. Excepto esos dos renglones, la pantalla quedó en blanco, igualita que mi cerebro. “Es uno de esos días...” pensé y fijé mis ojos en el monitor, quizá así podría venir la inspiración. Nada...

Entonces sonó el timbre del teléfono, respondí y escuché la voz amable de una, supuse, señorita que preguntaba por el licenciado (aquí mi nombre) Yo soy, le dije... ¿con quién hablo y sobre qué asunto?.. La voz subió de tono al recitar una oración gramatical muy bien aprendida acerca de una tarjeta de crédito del banco tal por cual expedida a mi nombre, con una disposición tope de cien mil pesos, cero costo de apertura y un bajísimo interés por disposición del crédito.

Señorita, balbucí ante el teléfono: “Señora, me respondió... y por favor le solicito algunos datos confidenciales para que usted pueda recoger de inmediato la tarjeta y usarla. Por ejemplo su dirección electrónica, el número de su cuenta bancaria, el saldo promedio que maneja, si dispone de otras tarjetas de crédito o débito cuántas y cuáles son, los números de cada una con su respectiva clave de identificación personal, si posee otras cuentas especiales de ahorro o inversión, cómo las maneja, si personalmente, por teléfono o por Internet y cuánto le cuesta hacerlo...

Señorita, otra vez quise interrumpirla, pero no lo permitió: “Perdone pero soy señora y muy respetable; no me vuelva a decir señorita porque me enojo y usted no me conoce: soy una vengativa y odiosa señora, capaz de todo lo visible e invisible, porque me gusta que me traten con absoluto respeto a mi condición social y a mi estado civil. ¿Ya le dije que soy señora? Entonces deje advertirle que en el banco tal por cual también manejamos bonos del Gobierno a tasas muy convenientes y bueno pues ahora que está muy bien nuestra economía y el dólar estable y esas zarandajas le convendría un plan de inversión que no sólo le va a dar réditos atractivos, también le ofrece participación en la rifa de un automóvil deportivo cada tres horas, así que...

Señorita, por favor permítame, por favor permítame... Ah no –saltó de inmediato—no le permito nada, ya le dije que soy señora, pero tampoco puedo obviar que tengo un marido muy irascible que no para en mientes cuando alguien me falta el respeto. Sería mejor saber si le interesa un plan educacional muy chévere que le garantiza que ninguno de sus hijos —¿cuántos tiene’— se va a quedar sin obtener el título profesional que se merece y usted solamente hará una inversión mínima inicial, porque manejamos sorteos y si le toca buena suerte después del pago quinientos setenta y cinco se congela su aportación mensual durante cien pagos, así que apenas le quedarían pagar para obtener la beca educacional otras quinientos setenta y cinco cuotas... ¿No se le hace maravilloso? Bueno, bueno, bueno, no se oye, oiga mal educado, no me cuelgue, igualmente manejamos un manual de buenas costumbres escrito por un tal Carreño o carajo...¡carajo siempre se me olvida!.. Bueno, bue...bu...b...

Estese silencia, obsesiva señorita, señora, impúber o lo que sea: Yo soy un hombre de la tercera edad, tengo más de setenta años, nadie me fía ni un alcatraz de cacahuates, no pierda el tiempo conmigo...“¡Ah no, viejo grosero, desatento, mal educado, villano, descortés. Ahora que llegue mi esposo lo verá. ¿Cómo es posible que me haga esta ordinariez. Se nota a leguas su mala crianza. A qué hora me dice su proclive edad. No sabe el tiempo que me ha hecho perder y el dinero que me va a costar la llamada que usted interrumpió. Ora lo verá, camión...

Ni modo. Entonces me acordé de mi propio celular. Magnífico. Intenté marcar el número de mi casa, pero se cortó la llamada e inmediatamente entró la misma voz que antes me había puesto gorro: “Gracias por reconsiderar nuestra proposición. Si está preparado, permítame informarle...

Lo que respondí no lo puedo escribir en letras de molde; pero quiero aprovechar mi colaboración, con permiso de los editores, para preguntar al señor Slim, dueño de Telmex, Telcel y otros tele negocios similares y conexos por qué permite que se moleste a sus fieles suscriptores, confiables cuentahabientes y puntuales colaboradores económicos a través esa engorrosa mercadotecnia telefónica...

¿No venderá alguna de sus compañías un seguro contra quienes asaltan nuestras vidas al ofrecer algo por medio de nuestro teléfono, nuestro propio teléfono que debiera ser confidencial, privado e inaccesible ante cualquier engorro?..

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