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Vicisitudes de una bolsa azul

Adela Celorio

Resulta que el extraño complejo de avestruz que me invade últimamente, me llevó a esconder mi malacara en San Antonio, Texas, mientras las plumas de la cola quedaron por acá a la vista de todo el que quiso mirarlas.

Desmañanadas, pero contentas mi niña y yo nos presentamos puntuales en el aeropuerto.

-¿Traes pasaporte, el boleto, tu dinero…?- Pregunta mi hija que en el supuesto de que soy olvidadiza y distraída, se abroga el papel de mi madre. -¿Traes una pluma? ¡Fórmate aquí!- Me ordena y obediente ocupo mi lugar en una de las larguísimas filas. Paciencia.

-¡No mamá! no te pongas a leer porque por eso luego se te va el avión- Gruñe mi niña cuando ve que me distraigo hojeando el “HOLA” que acabo de comprar.

Más paciencia. Finalmente documentamos y ligeras de equipaje, despojadas del calzado, el cinturón la bolsa y hasta el reloj, pasamos el arco de seguridad y después de recomponernos, accedemos a la zona estéril del aeropuerto donde mi niña y yo nos aventamos sobre los cosméticos del “Duty Free”.

En el trasiego de pasaportes y tarjetas de crédito para pagar nuestras compras, fuimos las últimas en abordar y todo iba bien hasta que en tono sospechosamente humilde, mi niña preguntó: -Oye má ¿de casualidad no viste una bolsita azul donde traía mis cheques de viajero, las tarjetas de crédito, el Ipood y algunas otras cositas? Creo que la olvidé cuando pagué los cosméticos-.

Después ya nada fue igual. El desayuno que ofrecieron nos supo a trapo y la niña se pasó todo el vuelo haciendo viajes al “Toilet”. En cuanto aterrizamos llamó a México para pedirle a su esposito: -Porfa’, ve al aeropuerto y pregunta si alguien entregó una bolsita azul…

- ¡Si Chucha, y tus calzonzotes! –pensé- pero prudente como yo soy, callé boca.

Después de instalarnos en la risueña casa que nos prestó mi amiga Bagatela en San Antonio, corrimos a calmar la ansiedad en un centro comercial donde nos entregamos a la compra que es al fin y al cabo el deporte nacional de los gringos y pues ya saben: “A donde fueres has lo que vieres”.

Finalmente el Esposito se reportó: -Estoy en el aeropuerto y sí, alguien entregó una bolsa azul en el mostrador de “Mexicana” pero resulta que cambió el turno y la señorita que la recibió se tuvo que ir y se la llevó. Me dieron su teléfono, la localice y la alcancé en el Metro “Pantitlán” donde me la entregó.

Parece que no falta nada y en este momento te la estoy enviando con una pasajera que va para allá en el último vuelo.

-En efecto, la pasajera entregó la bolsa intacta y recobrada la autoestima mi niña volvió a tomar el mando y ya no lo soltó hasta que yo, harta de tanto mangoneo adelanté mi regreso.

La pequeña madrastra me dejó en el aeropuerto cuando las tiendas estaban bajando ya las cortinas, por lo que me instalé en un bar donde tres televisores frente a la barra transmitían el juego México-Argentina y los mexicanos que como yo esperaban su vuelo, alborotaban como desquiciados.

Después de beber un tranquilizante güisqui me acerqué a la sala de espera donde un policía y el perrote detector de droga que lo acompaña, me olisquearon a conciencia.

Aprobado el examen perruno, me desparramé en una banca y empezaba a concentrarme en mi libro cuando el altavoz anunció: “Para los interesados informamos el resultado del juego: Argentina tres, México cero”. ¡Mierda! Dije pateando el piso aunque no sé ni por qué, ya que yo odio el fut y además ¡carajo! yo le iba a Argentina.

A propósito de la bolsita perdida y encontrada, la buena noticia es constatar que sin el ejemplo de la escuela de rateros que nos gobernó durante siete décadas, poco a poco estamos aprendiendo a no aperrarnos lo ajeno.

adelace2@prodigy.net.mx

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