Mientras ella me refería una constelación de síntomas, yo escuchaba atentamente a aquella paciente que ya había acudido a mi consultorio en varias ocasiones. Tratando de encontrarle sentido a aquel rompecabezas que me mencionaba, me le quedé mirando fijamente y le dije:
-Doña María ¡ya perdone!
Inmediatamente rompió en llanto.
-“Es que no puedo” me contestó. Después de platicar un buen rato con ella sobre todos los resentimientos que albergaba en su corazón se despidió de mí.
A los pocos días vino a verme el hijo de ella:
-Doctor algo le pasa a mi mamá, se comportó muy rara.
-¿Por qué? Le pregunté.
-Es que se hincó de rodillas y abrazándose de mis piernas me pidió perdón. Inmediatamente comprendí lo que había sucedido.
En los tiempos de Jesús le preguntaron; Señor; debo de perdonar siete veces. Reflexionando el Señor contestó ¡no! Debes de perdonar 70 veces siete.
En nuestra vida nos hemos enfrentado a situaciones en las cuales hemos sido ofendidos o agraviados y esto desde luego nos conduce a una situación de resentimiento. Pero el resentimiento es una pesada carga que podemos llevar durante algún tiempo o por el resto de nuestra vida. Desgraciadamente cuando sucede que lo llevamos durante toda la vida nos enfermamos primero del alma y después de nuestro organismo enfermándonos físicamente. Esto lo he podido constatar en algunos de mis pacientes que más que padecer enfermedad física están enfermos de su alma. En la formación médica durante la escuela de medicina nos enseñan que el ser humano mantiene su equilibrio en tres esferas, que son la biológica, psicológica y social pero cuando se rompe este equilibrio entonces padecemos de enfermedad. Y no podemos negar que si no estamos bien en lo psicológico o en cualquiera de las dos esferas restantes entonces no gozamos de cabal salud. ¿Pero qué es el perdón? Antes de tratar de darle respuesta a esta pregunta, me gustaría comentar que hemos escuchado decir; “perdónate a ti mismo” esto quiere decir que reflexionemos sobre los errores que hemos llegado a cometer tal vez de manera consciente o inconsciente, y como paso siguiente perdonar nuestros propios errores; y aceptarnos como seres humanos que somos, con todas nuestras fortalezas y debilidades. Una vez conseguida nuestra propia aceptación, tener la humildad suficiente de también pedir perdón, a quien o quienes hallamos ofendido, esto desde luego va de la mano de desprendernos del falso orgullo que tenemos en nuestro corazón. De esta manera al pedir perdón lograremos desprendernos de esa pesada carga que traemos a diario sobre nuestros hombros. Al hacer esto, sentirás un gran alivio en tu alma y tu corazón y te llenarás de una gran paz interior que verás reflejada en tu vida diaria y desde luego en tu salud.
Con mucha tristeza he podido ser testigo de casos, donde hermanos o padres e hijos dejan de dirigirse la palabra y luego cuando ya es muy tarde nunca pidieron el perdón a quien ofendieron, llevándose a la tumba un falso orgullo que sólo les dejó amargura durante el resto de sus días.
¿Pero qué pasa cuando nosotros hemos sido los agraviados por personas que nos han hecho un gran daño en nuestra vida? Estos agravios pueden ser pequeños o muy grandes, pero independientemente del tamaño de la ofensa, no en pocas ocasiones nos llenamos de un rencor insano e infinito que nubla nuestra mente y la razón. Quizás aquella persona que nos ofendió o agravió jamás en su vida se atreva a pedirnos perdón, pero independientemente de esto, si albergamos rencor en nuestra mente y nuestro corazón ese mismo rencor se convertirá en un lastre que cargaremos en nuestra vida y no nos permitirá ser felices. Tal vez para ti el agravio es tan grave que no puedes perdonarlo, pero reflexiona en lo siguiente; muchas personas que hacen daño (como me lo dijo un amigo), no son malas, sino simple y sencillamente carecen de felicidad y desde luego de amor hacia los demás. Por eso debemos de tener compasión por ellos ya que como dice la Biblia “ora por tus enemigos” y esto va acompañado de una buena dosis de compasión hacia ellos. Como la tuvo el Papa Juan Pablo II, cuando perdonó al turco Alí Agca. El tener compasión significa que veas a esa persona como un ser humano y tratar de comprender qué fue lo que la llevó a cometer ese daño en contra tuya o de tu familia, y sin sentirnos superiores o con derecho a juzgar o a culpar a esa persona, ten en mente que el (o ella) también fueron niños y tal vez les faltó amor o lo que tú tuviste y él no. Entonces podemos definir al perdón como un acto de compasión humildad y conciencia hacia nosotros mismos o hacia los demás. ¡Libérate! ¡Sé feliz! Perdona o pide perdón.
¡Hasta luego!
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