Parecería que el Presidente de México que no propone una reforma fiscal, simplemente no es un buen Presidente.Punto.
Entre los políticos es el equivalente a que el graduado no hiciera su tesis profesional.
Simplemente es inaceptable.
En términos de periodicidad la reforma fiscal es algo así como la Covadonga, la guelaguetza o las peregrinaciones.
Es algo que los Mexicanos esperan, es algo que todos los presidentes presumiblemente deben hacer.
Desde que tengo memoria han sido sugeridas por el presidente y aprobadas y/o modificadas en el congreso “N” reformas fiscales, y tras ellas viene con mucha frecuencia la celebre miscelánea fiscal.
En este efímero ritual el gobierno en turno propone y la iniciativa privada rápidamente se adapta y encuentra nuevos mecanismos o rutas para pagar los mismos o menos impuestos.
En este ritual no pueden faltar las platicas de los despachos contables, que dan sugerencias y recomendaciones a los contadores de empresas sobre como manejar ciertos movimientos contables y por supuesto el análisis en los colegios de abogados y especialistas fiscales, que a su vez emiten documentos y presentaciones para sus clientes.
¡ Es toda una industria!
Año tras año, sexenio tras sexenio. Me puedo imaginar la cantidad de recursos y tiempo finalmente traducidos a millones de pesos que gastan miles de personas en todo México –absurdamente- en la mentada reforma fiscal.
Ahora le toco a Calderón, quien ávido de trascender en uno de los sexenios con menor popularidad en la historia moderna de México, pretende dejar huella con la creación de un nuevo impuesto –el famoso CETU-.
Recientemente presionado por el sector empresarial les ha prometido revisar la propuesta y modificarla en caso necesario. Por lo que la suerte del CETU esta todavía en el limbo y no se sabe con certidumbre si será aprobada o no por el congreso, o si en su defecto le encontraran una honrosa modificación para salvar la imagen presidencial y no perder la poca popularidad que tiene su gobierno.
México tiene una de las tasas de recaudación de impuestos con relación al PIB más bajas de todo el planeta, pero los Mexicanos no tienen confianza en sus gobiernos.
A nadie le gusta pagar impuestos cuando existen tantos ejemplos de corrupción gubernamental, desvió de recursos, y abusos de poder.
Pero sin impuestos no hay gobierno que pueda hacer frente a tanta necesidad de infraestructura y servicios que requiere México.
¿Pero para que otra reforma fiscal?
¿No será mejor ejercer los mecanismos y reglas ya establecidos? ¿No será mejor invertir todos esos recursos en tratar de eficientar la fiscalización y ampliar la base de contribuyentes?
Puedo anticipar que con CETU o sin él, la captación de impuestos con relación al PIB no tendrá un incremento significativo si no se perfeccionan los mecanismos de fiscalización y la ampliación de la base de contribuyentes.
¿Terminara algún día La Guelaguetza fiscal?
Es difícil saberlo, pero a este ritmo es probable que nuestros nietos y las siguientes generaciones seguirán hablando de este asunto.
Es una inercia política estéril que no genera ningún valor y que -más aun- genera un desperdicio de recursos humanos y económicos que México no puede darse el lujo de perder.
luis.flores@rbc.com
