¿Qué es lo que les hace falta a los jóvenes de hoy? La respuesta fue caso unánime y absolutamente coincidente: Les faltan valores.
Y no es que nuestra generación los tuviera bien acendrados, pero sí que las anteriores sin duda los tenían e hicieron lo posible por trasmitírnoslos.
Antaño, podía uno encontrar valores en muchos miembros de la comunidad, de manera especial en los padres y maestros, lo cual se ha perdido por diversas causas.
La desintegración de la familia, porque los padres tuvieron que salir del hogar a trabajar, provocó que los hijos crecieran un tanto a la deriva y sin aquella supervisión que iba acompañada del ejemplo cotidiano.
La ausencia de la madre de las labores del hogar, fue cada día más común, hasta que acabaron los hijos cuidándose unos a otros, pero sin una dirección efectiva. Faltaba el amor maternal y la trasmisión de valores fundamentales para el desarrollo del ser humano.
La enseñanza en las aulas de fue politizando o mercantilizando, de manera que el ejemplo del maestro ya no era digno de ser imitado y éstos se tornaron incapaces de trasmitir valores a sus educandos.
La honestidad, responsabilidad, ética, bondad, humildad, entre otros más, son valores que quedaron en desuso. Y aún más, lo que antes era sin duda timbre de orgullo, se convirtió en signo de estupidez.
La ayuda mutua y la solidaridad, cayeron en desuso también, porque ya no había el conocimiento previo entre los habitantes de la cuidad. Tanto había crecido ésta que todos desconfiamos de todos y eso nos lleva a que cada quién se rasque con sus uñas.
Sobre la premisa de que el que no tranza no avanza, ser honesto es ser menso.
Por eso, comparto la idea de que debemos volver al origen. A la enseñanza de valores como parte de la educación, en cualquiera de sus niveles.
Yéndonos al extremo, si no se imparten en la enseñanza básica o en la media superior, tendrán que impartirse en la universidad.
No podemos hablar de profesionistas íntegros si no logramos que salgan de las aulas universitarias, profesando valores que son indispensables para la convivencia humana y el desarrollo comunitarios.
Los profesores, además de cumplir cabalmente con nuestra obligación de enseñar, tenemos que transmitir valores. Predicar con el ejemplo, si en verdad queremos impartir educación de calidad.
¿Que no es fácil? Claro que no lo es, pues primero necesitamos nosotros recordar cuáles son esos valores y en qué consisten, para poder practicarlos.
Necesitamos hacer de ellos una práctica constante de vida, pues es bien sabido que nadie da lo que no tiene.
Pero tenemos una cierta ventaja pues nuestros padres sí crecieron con esos valores y los practicaban, así que algo se nos debe haber pegado.
Y aunque no fuera sí, tenemos que intentarlo, porque por ejemplo, ahora, con la mayor de las facilidades, se le falta al respeto que las personas mayores nos merecen.
Sobre la base absurda de que todos somos iguales y que no debe haber barreras generacionales, cualquiera llega y te habla de tú.
Ahora, se afirma que robar no es delito, el delito es que te encuentren. Robar es delito y esto lo deben saber nuestros jóvenes.
El respeto del hombre a la mujer y viceversa, se ha perdido también, casi por completo. Ya no sabe uno si está hablando con una dama o con un carretonero.
Pero tenemos que admitir que nosotros tenemos la culpa, por haber abandonado la enseñanza y práctica de los valores.
Si queremos transformar a nuestra sociedad es preciso comenzar ahora impartiendo y practicando esos valores que inspiraron la vida de nuestros padres.
Pero tiene que ser ¡ahora! Mañana, puede ser demasiado tarde.