Hoy es el septuagésimo aniversario de la Expropiación Petrolera decretada por el presidente Lázaro Cárdenas. Estando las cosas como están, conviene hacer algunas consideraciones al respecto.
La primera es que la Expropiación la realizó Cárdenas, en gran medida, porque las compañías petroleras le forzaron la mano, al desacatar un mandato de la Suprema Corte de Justicia. De esa manera, arrinconaron al Gobierno mexicano, que tenía que, o doblar las manitas y permitir que las petroleras extranjeras hicieran lo que les diera la gana; o cortar de tajo con la situación emitiendo el decreto de expropiación. Luego de tensas sesiones con su Gabinete, Cárdenas optó por lo último. Tuvo muchos pantalones, eso que ni qué. Pero lo hizo forzado por las circunstancias. No sabía cuáles podían ser las reacciones de los gobiernos norteamericano, británico y holandés. En las fotos del momento en que Cárdenas anuncia por radio la Expropiación, los miembros del Gabinete que lo rodean tienen cara de funeral recién empezado.
De esa manera, en teoría, el petróleo pasó a ser de la Nación; o, como no se cansó de decírnoslo la propaganda del Priato, de todos los mexicanos. Los cuales nunca entendimos por qué, si así era, cuando los precios internacionales de los hidrocarburos bajaban, aquí seguía subiendo la gasolina. O por qué no tenemos más opción que comprarle a un monopolio ineficiente. O por qué no podemos supervisar lo que hacen nuestros empleados, dado que el mafioso sindicato petrolero no permite que se auditen sus finanzas, con la eterna cantinela de la autonomía sindical, escudo y pantalla para el latrocinio, la corrupción y las componendas más atroces.
Los sucesivos gobiernos, desde hace setenta años, han exprimido a Pemex a más no poder. En lugar de crear un sistema impositivo simple y justo, les ha resultado más fácil y cómodo condenar a Pemex a la insolvencia. Y ahora que nuestra reservas están por agotarse, y que Cantarell empieza a parecer a El Chorrito (sólo que éste nada más se hace chiquito), urge tomar medidas. Que como suele ocurrir, serán desesperadas y sobre las rodillas, porque en este país se aplazan las reformas hasta que estalla la crisis, y en vez de realizarlas a tiempo, las hacemos tarde y mal. Lo que hoy se discute, se ha venido discutiendo desde hace una década. Y todos sabemos que no hay muchas alternativas.
Nadie en su sano juicio se opone a una reforma energética. La cuestión es si ésta será cosmética, dejando las cosas más o menos como en 1938. O tomamos el toro por los cuernos, nos olvidamos de conceptos desgastados y manidos, y ponemos el futuro del país por encima de ideologías caducas y anacrónicas. Cuestión de recordar con Perogrullo que 1938 fue hace setenta años. Y nada es como entonces… excepto el pensamiento de gente que se niega a entender que el mundo de hoy no es como el de entonces. Ni México. Ni esa industria.