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¡A cazar satélites!

EL COMENTARIO DE HOY

Francisco Amparán

La mayoría de nosotros no tenemos la más remota idea de la cantidad de chatarra que tenemos volando y girando sobre nuestras cabezas. Desde que los soviéticos lanzaron el primer satélite artificial, el Sputnik I en 1957, cientos de artefactos de todos los tamaños, colores y sabores han sido puestos en órbita. El problema es que algunos de ellos tienen la enojosa propensión a dejarse caer sobre la Tierra, nada más para demostrar que a la fuerza de la gravedad no se le reta así como así.

Lo cuál no debería ser muy preocupante. Las probabilidades de ser noqueados por un pedazo de metal procedente del espacio son aún más remotas que las de hallar un diputado con ética, inteligencia y sentido de la vergüenza. Ése no es, en realidad, el problema.

El verdadero apuro radica en que el combustible de los sistemas de propulsión de esos cachivaches suele ser venenoso. Y al caer desparrama su ponzoña, cual suegra reciente en su primera visita a comer en casa de la nuera.

Hace ya algunos añitos, un satélite soviético se desplomó sobre el desierto helado del norte de Canadá. Al reingresar a la atmósfera se desintegró… desparramando a lo largo de cientos de kilómetros residuos radiactivos, provenientes del combustible nuclear que propulsaba al satélite. Las labores de búsqueda y limpieza de los restos salieron en una millonada, y las relaciones entre canadienses y soviéticos se vieron afectadas. Por suerte, nadie resultó contaminado con el mugrero caído del espacio.

Quizá pensando en ese antecedente, hace unos días los Estados Unidos destruyeron uno de sus satélites espías que estaba funcionando mal, y cuya órbita hacía prever que caería pronto. El problema era que nadie sabía dónde lo haría, ni qué pasaría con el combustible que lo impulsaba, una sustancia sumamente tóxica llamada hidracina.

Por aquello de no te entumas, un misil disparado desde un navío hizo impacto en el tanque de combustible cuando el satélite andaba por encima del Pacífico Norte, una región del mundo que no es cruzada por rutas de navegación ni suele albergar barcos pesqueros. En teoría, de esa forma se pretendía evitar que los restos afectaran a seres humanos. Qué le pase a los pescaditos ya es otra cuestión, que no podría importarles menos a los norteamericanos.

Pero hay una coda para todo este asunto: ésta fue la primera vez que un misil disparado desde tierra (bueno, desde mar) derriba un satélite en órbita baja. Así, Estados Unidos probó que tiene la tecnología para destruir los artefactos de sus enemigos que anden por allá arriba… lo cuál le pone los pelos de punta a rusos y chinos, dado que en caso de conflicto, los gringos podrían dejarlos ciegos e incomunicados. Así pues, hasta lo que hacen los americanos por evitar daños a otros, termina por demostrar su poderío militar. Si les digo…

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