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A Cien por Hora...

Ricardo Rubín

BANDERAZO DE SALIDA.- París no sería París sin el Sena, y el Sena no sería lo que es sin las parejas de enamorados que se arrullan o caminan lentamente por sus riberas, el “clochard” o vagabundo que viste de andrajos y vive debajo de sus puentes, el pescador paciente que usa una larga caña para arrojar su línea al agua esperando atrapar algún pez o cualquier cosa sorprendente, y el vendedor de libros viejos en cuyo puesto se pueden encontrar verdaderos tesoros literarios, y hasta primeras ediciones de los clásicos... En esa ribera izquierda del Sena el mecenas del arte moderno, Clovis Sagot, abrió la galería “Lafitte”, donde exhibieron sus primeras obras Picasso, Modigliani, Utrillo y Juan Gris. Todos ellos se hicieron famosos más tarde, pero en aquellos años eran pobres y hambrientos. Sagot adivinó las posibilidades artísticas de esos jóvenes mucho antes que ellos mismos.

CURVA PELIGROSA.- Por la ribera izquierda del Sena caminó muchas veces un joven norteamericano que quería ser el mejor escritor del mundo moderno. Se llamaba Ernest Hemingway y vivía en una casa sin calefacción situada arriba de un aserradero. Caminaba por la orilla del río para ir a los cafetines baratos que había cerca de allí. Pedía una taza de café con leche o una copa de vino, sacaba del bolsillo de su pantalón un cuaderno que siempre llevaba consigo y se ponía a escribir. Nada lo interrumpía cuando estaba inspirado: ni el ruido escandaloso y las risas fuertes de los parroquianos, ni el sonar de platos y vasos, ni siquiera la presencia de una mujer hermosa... Cuando tenía dinero, el joven escritor pedía un gran plato de ostiones y una botella de vino blanco. Y cuando no lo tenía, comía mandarinas y castañas asadas.

RECTA FINAL.- En el París de entonces, en el número 12 de la calle L’Odeon estaba la librería de Sylvia Beach, se llamaba “Shakespeare y Compañía”, y tenía un sistema de préstamo de libros que, benefició a muchos escritores que vivían allí... En las paredes del local había retratos de escritores vivos y muertos. Y una gran estufa que daba un calor agradable en invierno... Sylvia Beach tenía un rostro vivaz, ojos pardos y vestía de una forma muy conservadora, pero le gustaba charlar con todos los artistas que llegaban a su librería y contar chistes picantes... Ella fue quien primero publicó el libro “Ulises” de James Joyce, cuando nadie lo quería hacer porque decían que era un libro maldito. Ella fue también quien llevó ese libro de contrabando a Estados Unidos donde tuvo un éxito inmediato, aunque de circulación clandestina.

META.- Los artistas de entonces iban al café “Le Floure”, en la Plaza Saint Michael, o al café “Les Amateurs” en la Plaza Contrascape... A Picasso le gustaba dibujar en los manteles de tela de esos cafés, y cuando se iba se los llevaba... Por allí también andaban F. Scott Fitzgerald y su esposa Zelda. Los dos tomaban vino en abundancia e invitaban a todos a acompañarlos. A menudo tenían pleitos, muchas veces violentos, pero enseguida se reconciliaban y seguían bebiendo... En aquellos años, y en aquel París convivían otros escritores como John Dos Passos, Ezra Pound, a quien le gustaba leer sus versos en voz alta, y Sherwood Anderson, mecenas de varios jóvenes artistas. Ese grupo de intelectuales fue bautizado como “La Generación Perdida“ por Gertrude Stein, y el calificativo se hizo inmortal en el mundo de las letras.

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