BANDERAZO DE SALIDA.- (Recuerdos de La Habana).- El taxi avanzaba lentamente por una calle estrecha, a cuyos lados se alzaban viejas construcciones con balcones llenos de macetas y flores, de techos de doble agua, de teja roja. En muchas de las casas había ropa colgada a secar, y desde el vehículo alcancé a ver a dos mujeres que platicaban de balcón a balcón... “Ésta es la calle Jesús María” me dijo Antonio el taxista. “Es una de las más antiguas de La Habana. Y ahora lo voy a llevar a la calle San Isidro, que era la calle de las prostitutas, hasta que las recogieron a todas y en un barco se las llevaron a Francia. El barrio se llenó de gente que vino a despedirlas, y no crea usted que sólo había hombres, también vinieron mujeres a verlas, y muchas lloraban”.
CURVA PELIGROSA.- Antonio era un hombre de 70 años de edad, delgado y recio como una rama de encino. Era chimuelo y jamás se quitaba de la boca un largo puro negro, obscuro como él. Se cubría la cabeza de escaso cabello con un sombrero Panamá, viejo y arrugado. Le pedí que me llevara al “Floridita”... “¿Usted quiere conocer el sitio de Mr. Hemingway, verdad?” me dijo mientras lanzaba por la ventanilla abierta un escupitajo. “Debió ser un gran hombre ese Mr. Hemingway, porque todos los turistas quieren ir al ‘Floridita’, al hotel ‘Ambos Mudos’ y a Cojimar, donde vivió”... Le expliqué quién había sido Mr. Hemingway, y Antonio me dijo: “Sí, ya sé que fue un escritor. Yo digo que también debió ser un gran hombre para que lo recuerden así”.
RECTA FINAL.- Yo había llegado dos días antes a La Habana, y estaba hospedado en el legendario hotel “Nacional”, inmenso e imponente, que en alguna forma me recordaba a otro hotel legendario, el “Diligencias” de Veracruz, pero no con la grandiosidad del hotel del Vedado. Y allí, a la entrada del mismo, había conocido a Antonio el taxista, y le había pedido que me llevara a la parte vieja de la ciudad, porque sabía que es lo mejor y lo más interesante de la capital cubana... Y allá fui con Antonio, en un largo recorrido por los muelles que daban al canal del puerto, de aguas aceitosas, a lo largo del Malecón, por toda la Avenida del Puerto, y por la calle Obispo, hasta el Floridita.
META.- En la esquina de Obispo y Montserrate está el bar donde Hemingway inventó los famosos daiquirís helados, sin azúcar y secos, y donde escribió algunas de sus mejores páginas. Allí mismo impuso el récord de tomarse 12 daiquirís al hilo, uno después de otro, y sobrevivir a la hazaña... Hemingway también escuchó allí historias de pescadores, se metió en varias trifulcas y sostuvo competencias de pulsos. Allí fue donde enseñó a muchos a comer camarones crudos, cocidos sólo en jugo de limón. Todo el lugar está lleno de sus recuerdos y de sus hazañas... El bar ha cambiado poco desde aquellos años, y como el mismo Hemingway lo describió varias veces en sus obras. El famoso sitio acaba de cumplir 180 años desde que lo abrió Constantino Ribalagua. Allí estuvo también la Honesta Lilly, la prostituta gorda pero pudorosa amiga de Hemingway a quien nunca se le oyó decir una mala palabra... El barman del lugar, cuando supo que yo era mexicano, aceptó darme la receta del famoso daiquirí del Floridita: Hielo frapé, media ración de ron, nada de azúcar y media onza de jugo de toronja. Y Mientras disfrutaba la segunda bebida, busqué entre la abigarrada multitud a Mr. Hemingway para brindar con él, pero no lo encontré.