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A debatir en orden y libertad

Hora Cero

Roberto Orozco Melo

El pasado 18 de marzo fue un día propicio para recordar al ex presidente de la República, general Lázaro Cárdenas de Río, cuyo Gobierno decretó en tal fecha del año 1938 que el subsuelo de la República era propiedad inalienable de la Nación y por lo tanto se expropiaban las compañías extranjeras que hasta entonces habían explotado nuestro petróleo.

Días después, en Saltillo, el Congreso del Estado y los poderes Ejecutivo y Judicial develaron las cuatro palabras del vocativo completo de Lázaro Cárdenas del Río que fue inscrito con letras doradas en el muro del salón de plenos legislativos. Un poco más tarde tuvo lugar otro homenaje a su memoria en el Partido Revolucionario Institucional, en reconocimiento a su preocupación por las clases sociales más desprotegidas del país.

Obvio, don Lázaro –así lo llamaban los viejos agraristas de La Laguna– no se enteró de tales reconocimientos que, por otra parte, tampoco fueron decididos y organizados a dicho fin, sino para que las nuevas generaciones de mexicanos sepan ahora a quién y por qué debemos que el petróleo sea propiedad de la Nación y la tierra –ilusión frustrada por Salinas de Gortari– fuera del que la trabajara. Ambos objetivos que ahora son muy oportunos de reivindicar, pues la figura histórica de don Lázaro y el más trascendente de sus actos históricos, la expropiación jurídica del patrimonio petrolífero, están siendo objeto de una demagógica apropiación política electoral por parte del Partido de la Revolución Democrática y de su frustrado candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador.

La posición del AMLO de envolverse en la bandera del cardenismo no es desinteresada ni patriótica; lo único que persigue es la pueril satisfacción de un desquite ante su derrota electoral en 2006; esta obsesión lo mantiene en un constante estado de angustia y de ahí que busque eternizar su fantasmagoría hasta las próximas elecciones federales en las que, ya se teme, volverá a presentarse como candidato presidencial.

Pero desde que la izquierda es izquierda, el camino de los partidos políticos que ondean esa bandera ideológica los ha conducido al infierno de la incongruencia y el divisionismo. La ambición política no descansa entre sus filas, pero... ¿qué motor la mueve? Antes, en un tiempo lejano que no fue precisamente ayer, la competencia política electoral era sustentada en ideales como el bien común, la redención económica de las clases sociales desprotegidas, la educación de la niñez y la juventud y la disponibilidad de un trabajo que rindiera beneficios a los ciudadanos y a sus familias; hoy todos pensamos con torcido escepticismo que cualquier actividad política tiene como trasfondo la codicia por el poder y el dinero.

Imaginemos que algún avispado seguidor de la corriente política más delirante y conflictiva que existe en el país quisiera retrucar este aserto con el argumento de que otrora el PRI se apropió de Cárdenas y de sus hechos históricos; y que últimamente hasta el mismo Partido Acción Nacional, clásico representante de la línea conservadora, actúa de igual manera. Lo aceptamos de antemano, pero lo inaceptable es que el señor AMLO se monte en sus frustraciones electorales para sabotear, con abierta tozudez y cerrada intransigencia, la eventual aprobación de medidas legislativas que puedan abrir posibilidades de empleo, educación, progreso y bienestar a todos los mexicanos; y todo ello sin siquiera conocer los precisos términos de las correspondientes iniciativas de ley. Esta actitud es absurda y va contra México.

Cuando en México se abrió la lucha democrática entre los diferentes partidos se usaron con buena intención los términos debate, conciliación y acuerdos en busca de una mayor y mejor conveniencia para el país; pensamientos quizá inspirados en las sólidas palabras de Chateaubriand de que la verdadera política, cualesquiera que sean sus formas, sólo se da en el orden y la libertad. ¿Por qué entonces no aceptar un debate civilizado bajo el compromiso de asumir sus consecuencias sin caprichos personalistas ni apasionamientos viscerales? Ya el pueblo está cansado de las inútiles y absurdas concentraciones de masas y de la ripiosa oratoria placera de AMLO...

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