Es posible que algunas personas en este mundo ignoren el porqué de la existencia de gente cargando el pesado fardo de la pobreza en este país. Más si se trata de un legislador de los que comen frijoles con manteca, que es un decir para diferenciarlos de los que se sirven directamente de la olla en que se hierven, con tortillas y chile, o sea, ricas viandas en mesas de lujosos manteles sobre los que se proyectan las luces iridiscentes en candelabros de preciosa artesanía. No les llega a su cabeza, con olor a lavanda francesa, que haya familias que viven en el campo mexicano apenas subsistiendo con un dólar diario. Que en las ciudades el hombre se levante en la madrugada para con el estómago vacío, ondear un trapo en las carreteras por donde transitan camiones de carga para, con suerte, ser contratado y bajar cajones de mercancía a una bodega.
Los jóvenes, sin más destino que una vida de estrechez, parados en las esquinas de la gran ciudad, vigilando que la patrulla no llegue y los levante despojándolos de los pocos pesos que han recabado por dar un trapazo a algunos vehículos. Son los que caminan por cualquier banqueta de la ciudad, durante las primeras horas de la noche, con rumbo a sus viviendas, con el peligro latente de ser detenidos por una furgoneta policial que los detiene sin ninguna orden judicial, privándolos de su libertad sin haber cometido más delito que el de ser pobres. Son los que se mueven por las calles oscuras conduciendo una bicicleta carente de calaveras, lo que los hace invisibles para los vehículos de motor, en peligro inminente de ser arrollados. Jóvenes que desde niños trabajan en cualquier cosa, carentes de una educación básica, que en las urgencias de la fisiología humana a edad temprana forman sus propias familias, en que se repite la misma miseria; una cadena social sin fin, donde la mitad de los mexicanos sufre sus desdichas.
En contraste la otra mitad. La fotografía en que aparecen los asistentes a una más de las reuniones interparlamentarias que se celebran en nuestro país, no se desprende cuál de ellos es el senador estadounidense Bob Corken, que tampoco sabemos si es o se hace, pues con gran inocencia o cruel mordacidad, después de una exposición acerca de los beneficios que ha obtenido este país, con la firma del Tratado de Libre Comercio, se preguntó: “Si hay éxito en el TLC entonces, ¿por qué hay pobres?” -Cuestionamiento que no se puede entender sino a través de una injusta distribución de la riqueza-. Esto sucedió después de haber disfrutado una rica ensalada con queso de cabra, salmón, postres y vinos. En la foto oficial resalta la figura del ex secretario de Gobernación, Santiago Creel Miranda, que de traje, los brazos colgando a sus costados, los puños apretados, da la impresión de que el mundo político se volvió en su contra, mandándolo, de mala manera, a freír espárragos –locución que se emplea cuando se despide a alguien con aspereza, enojo y sin miramientos-.
El senador americano, fuera del Capitolio, quedó gratamente sorprendido. Igual le pasó a Santiago, aunque por distinta razón. No faltó la cena de gala que fue amenizada con violines. Afuera guardias impedían que se pudiera colar cualquier extraño, o séase el pueblo. Daban seguridad y resguardo a los visitantes a fin de que disfrutaran sin molestos contratiempos de las opíparas viandas. Los embajadores de allá y el de acá figuraron como testigos del encuentro, que se deslizó suavemente y sin contratiempos, excepto por la intervención de un perredista quien contestó el cuestionamiento del congresista refiriéndose a que si hay pobres es porque en México se obedecen dictados de organismos internacionales, (¿BM? ¿FMI?), lo cual sentimos que es verdad, pero no es toda la verdad. La izquierda se contenta con exhibir las políticas económicas que sigue nuestro Gobierno, pero se mantiene callada frente al dispendio que hace ese Gobierno de recursos no renovables de los cuales suele compartir sus beneficios.