EL TORERO DE MÉXICO
En el tercer aniversario de la muerte de Alberto Balderas, “La Lidia”, Revista Gráfica Taurina Semanal, entrevistó a Francisco Balderas, hermano y banderillero de confianza del “Torero de México”, con quien compartió sueños y ambiciones, triunfos y fracasos, y que fuera su compañero de andanzas taurinas desde los días infantiles hasta la fatídica tarde del domingo 29 de diciembre de 1940.
Nada extraordinario hubo en la vida de Alberto, el mencionado domingo, que pudiera interpretarse como un presentimiento de la tragedia.
“Mi hermano (declaró Francisco al semanario taurino) jamás creyó que podría matarlo un toro. Sabía que arrimándose como se arrimaba tendría que sufrir cornadas, pero jamás tuvo el pensamiento de que moriría toreando.
El 29 de diciembre de 1940 estaba de buen humor, tranquilo, como de costumbre, Alberto sistemáticamente acudía todos los domingos en la mañana a la Villa de Guadalupe y rezaba a los pies de la Virgen Morena. Así lo hacía siempre, menos el día de su muerte, pues un amigo íntimo, Esteban Erchuk, insistió en llevarlo a visitar a la Virgen del Carmen.
Al regresar a la casa se dedicó a torear de salón, esperando que fuera la hora de vestirse de luces.
Ese día estrenó un terno canario y plata, por el cual tenía una ilusión muy grande. Mi hermano estaba como siempre, animoso, con gran entusiasmo de torear, pues tenía el propósito de triunfar en todas las corridas de la temporada.
Al llegar a la Plaza se encontró con el empresario Pedro Portilla, que estaba en tratos con él para la Corrida de Covadonga. Lo saludó y le dijo que esa tarde se firmaría el contrato, después de que cortara las orejas de sus toros. Sonreía con optimismo, seguro de que iba a triunfar.
Su primer enemigo de nombre “Rayao” le rompió la taleguilla, y después de dar la vuelta al ruedo se metió al callejón para que le cocieran la ropa. Apareció en el ruedo “Cobijero”, tercero de la tarde, que le correspondía a José González “Carnicerito”, tenía las siguientes características: 516 kilogramos de peso, y pertenecía a la ganadería de Piedras Negras.
Como toda la corrida, negro, meano, corniapretado, delantero y astifino, hondo, corto de cuello, enmorrillado, burriciego, de sentido y poderoso. Estaba marcado con el número 53, llegó a la Plaza del Toreo en la jaula número 5, fue pesado en tercer lugar y desencajonado en cuarto, enchiquerado y lidiado en tercer turno. De impresionante y torva catadura, no fue del gusto de toreros y aficionados.
Acusó fuerza y bravura durante la lidia, arrancándose de largo y dejándose pegar, tomó tres puyazos, recargando en los dos últimos en zona de chiqueros.
“Carnicerito” cubría el trámite correspondiente solicitando permiso ante la Autoridad, Alberto Balderas salió al ruedo para con su capote auxiliar a su compañero y ponerle al toro en suerte, el astado no obedeció al engaño del “Torero de México”, que fue arrollado y casi derribado, lo enganchó con el pitón derecho por la cavidad axilar izquierda, y en el derrote se lo echó al lomo, lo zarandeó hundiéndole el pitón izquierdo en la parte media del espacio intercostal derecho.
“Cobijero”, con su sangrante carga, volvió a su querencia, dejando caer al ídolo a los pies de sus más ardientes partidarios. El denso rumor de la multitud, atónita y consternada los rodeaba.
El cartel lo completaba Andrés Blando, que tomó la alternativa de manos de Alberto Balderas, con el testimonio de José González “Carnicerito”.
“Corrida de Toros”, fiesta de apostura, alegría, destreza, coraje, entusiasmo y emoción, con ritmo acelerado de torbellino en la cima del exaltado fervor multitudinario y circundado por el resplandor soberano del arte y la belleza, siempre asomado el sombrío, misterioso y escalofriante fantasma de la muerte.