El Torero de México
José González “Carnicerito” cubría el trámite correspondiente solicitando permiso ante la Autoridad, Alberto Balderas salió al ruedo para con su capote auxiliar a su compañero y ponerle al toro en suerte, el astado no obedeció el engaño del “Torero de México” que fue arrollado y casi derribado, lo enganchó con el pitón derecho por la cavidad axilar izquierda y en el derrote se lo echó al lomo, lo zarandeó hundiéndole el pitón izquierdo en la parte media del espacio intercostal derecho.
“Cobijero” con su sangrante carga, volvió a su querencia, dejando caer al ídolo a los pies de sus más ardientes partidarios. El denso rumor de la multitud, atónita y consternada los rodeaba. El cartel lo completaba Andrés Blando, que tomó la alternativa de manos de Alberto Balderas, con el testimonio de José González “Carnicerito”.
“Corrida de Toros”, fiesta de apostura, alegría, destreza, coraje, entusiasmo y emoción, con ritmo acelerado de torbellino en la cima del exaltado fervor multitudinario y circundado por el resplandor soberano del arte y la belleza, siempre asomado el sombrío, misterioso y escalofriante fantasma de la muerte.
Francisco Balderas hermano y peón de confianza del “Torero de México” fue entrevistado por el Semanario Gráfico Taurino “La Lidia” el cual declaró lo siguiente con respecto a lo sucedido en la fatídica tarde del 29 de diciembre de 1940: Después de haber sido arrollado por “Cobijero”, el cual le dio varias cornadas, tambaleándose, inmensamente pálido, mi hermano se dirigió a las tablas. Los monosabios no sabían qué hacer. Entonces yo lo tomé en mis brazos, ayudado por un subalterno, y lo llevé a la enfermería, donde ya lo esperaban los doctores Ibarra y Rojo de la Vega, quienes le ponían rápidamente una inyección... Cuando me acerqué a Alberto para ver cómo se sentía, me dijo que se le estaban durmiendo las piernas... Se le hizo una transfusión de sangre y Alberto intentó moverse, pero los médicos le indicaron que no lo hiciera. Entonces mi hermano volvió a decirme “Pancho, me siento muy mal, se me están durmiendo las piernas”... Fueron sus últimas palabras.
El doctor Rojo de la Vega le cortó un pedazo de costilla que tenía fracturado, después de explorar la herida le pusieron gasas y al fin no lo operaron, pues dijeron que estaba sumamente mal, que se les estaba yendo.
Mientras tanto, don Jerónimo Merchán había traído a un sacerdote, y al llegar sólo nos quedamos en la pieza mi hermano, el sacerdote y yo... El padre estuvo rezando y confortándolo, y le dijo que no dejara de ir a verlo al Sagrado Corazón cuando se aliviara... Alberto estaba como dormido, inconsciente, pues su agonía fue muy tranquila. No tuvo mi hermano ni estertores ni convulsiones, se fue quedando como dormido, tranquilamente. Al retirarse el sacerdote, opinaron los doctores ponerle una nueva inyección, pero esta vez Alberto ya no reaccionó.
Al estar presenciando todo lo que le había ocurrido a Alberto, aparte el gran dolor que naturalmente sentía yo, tenía también una desesperación muy grande; no podía creer que mi hermano estuviera muerto, pues él nunca pensó que la muerte se la iba a causar un toro a pesar de que en su carrera taurina tuvo cinco cornadas importantes.
Alberto Balderas fue un llamado, un elegido, el torero predilecto, el diestro más querido de la afición mexicana, porque se dio a pelear, dentro y fuera de la plaza con ese su carácter rebelde, indómito, que lo distinguió entre sus compañeros de andanzas taurinas.