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A los Toros

Enrique Vázquez Legarreta

HISTORIA DEL TOREO II

Desde los inicios de la colonización española, larga es en la Historia de México la admiración por el arte de Cúchares; la fiesta brava tuvo en suelo azteca notables expresiones y carteles de primera. Los mexicanos siempre tuvieron excusas y pretextos para celebrar con una corrida cualquier acontecimiento: que si ya tenemos nuevo Virrey, que si otro monarca subió al trono, que si la esposa del rey tuvo un nuevo heredero, que mañana es el cumpleaños del obispo, etcétera, etcétera.

Varios héroes de nuestra independencia manifestaron siempre una gran afición por la tauromaquia: Don Miguel Hidalgo y Costilla fue propietario de tres haciendas en la jurisdicción de Michoacán, a las que puso por nombre San Nicolás, Santa Rosa y Xaripeo. Dichas fincas eran verdaderas dehesas, cuyos toros de lidia alcanzaron renombre en las fiestas más importantes del centro del país, y que el mismo padre de la patria se encargaba de vender, facilitando a veces lo mejor de su caballada para alcanzar un mayor lucimiento del espectáculo taurino.

El cura Hidalgo conoció al entonces famoso torero Agustín Marroquín, a quien más tarde otorgaría el grado de capitán en el ejército insurgente, el nombre de Marroquín se haría después tristemente célebre por ser el ejecutor de la matanza de españoles prisioneros en Guadalajara, cuando ésta fue ocupada por las huestes rebeldes antes de su derrota en Puente de Calderón.

Ignacio Allende y Ungaza gozó de una extendida fama como magnífico rejoneador y experto en suertes de charrería, por lo que nunca despreció oportunidad alguna de lucir sus asombrosas habilidades. El escritor Enrique Rivas menciona en uno de sus gustados artículos que Ignacio Allende dominaba a la perfección el lazo, el jineteo y la coleada; en una exhibición un día de fiestas, cayó con estrépito del caballo, en forma tal que durante el resto de su existencia quedó con la nariz parcialmente sumida. Pero no fue éste el único accidente de su carrera, ya que años atrás había sufrido otra aparatosa caída con fractura del brazo izquierdo que lo puso al borde de la muerte, tanto que prefirió escribir su testamento.

Pocos días antes de que el cura Hidalgo diera el consabido grito por la libertad, se reunieron en la parroquia los principales jefes del movimiento para intercambiar opiniones, el buen éxito que hasta entonces había alcanzado la conspiración alegró tanto a los presentes que Hidalgo en un arranque de taurofilia sugirió celebrarlo con una corrida de lo más escogido de su ganadería.

El capitán Allende luchó contra el más bravo animal, primero a caballo y luego a pie; cuentan los libros que Hidalgo declaró lo siguiente: “Si así fueran todos los criollos, ya no habría españoles en Nueva España, ni para remedio”.

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