La alegría se desbordó en toda La Laguna. Varios aficionados gritaron, saltaron y bailaron hasta ya entrada la noche. (Fotografía de Jesús Hernández)
Como sólo en pocas ocasiones sucede, el centro de la ciudad y las calles quedaron vacías desde muy temprano, rostros pintados de verde y blanco, banderas que se ondeaban orgullosamente desde los carros, las casas y los brazos elevados de algunos transeúntes que gritaban a ritmo de cumbia lagunera, “¡Santos... Santos... Santos campeón!”.
Un mismo lenguaje unió a los laguneros que esperaban con ansia el juego de la final frente a la Máquina del Cruz Azul, los preparativos estuvieron a la orden del día, asadores ardiendo, corazones palpitantes de emoción en las cocheras de las casas, amigos y familiares reunidos en torno a una misma pasión y miles de televisores sintonizando la misma señal, ¡la batalla de los Guerreros de la Comarca en campo azul!
No había rincón en La Laguna por donde no se tuviera noticias del partido, por cualquier rincón se filtraba, mínimo, la señal de un radio que rompía los silencios de una afición fiel que vibró desde los primeros minutos con los toques que los Guerreros le dieron a la redonda. Los rivales penetraron la portería en los inicios del partido, pero lejos de opacar los gritos, los coros y la alegría de los laguneros, las voces se conectaron para enviar a tierras mexiquenses una porra de ánimo.
Otra vez Arce sacó a los laguneros a las calles, devolviéndoles la ilusión de una tercera estrella, los aficionados de los Guerreros levantaron su propia tolvanera con el grito que celebraba un gol que los impulsó a sacar los botes de espuma, las cornetas y todo al festín. En las calles los nombres de San Matías, Iván El Terrible, el Mago Fernando y el cancerbero de los cancerberos Oswaldo, parecían desgastarse con los musicales coros que los aficionados cantaban con emoción.
Niños, mujeres y hombres cantando a ritmo de cumbia “se va tu lagunero negra, se va para no volver”, canción que se evoca en el Estadio Corona cuando la santosmanía hace erizar la piel de la afición. En la Alameda Zaragoza se prendió la fiesta, el centro fue invadido por los laguneros que se sintieron más campeones que nunca cuando Benítez sepultó la ilusión de los azules, que se callaron a pocos minutos de terminar el partido.
Miles de corazones esperaban el silbatazo final para correr a las calles, una región unida por el lenguaje del futbol. Desde la Plaza de Armas hasta la Alameda los claxons de los carros corrieron al son de la cumbia lagunera, una gran afición haciendo eco al esfuerzo de un gran equipo. Laguneros bañados en espuma, agua y harina cantaron repitiendo que en casa nadie le gana a su equipo. Por donde se caminara los laguneros celebraban, un desfile de carros llenos de gente haciendo de este triunfo un motivo para pintarse los corazones de verde.
El Cristo de las Noas fue testigo de la alegría de un pueblo que se desgarraba las gargantas en una fiesta deportiva que ubica a la región en los titulares de todos los medios informativos de un país donde la identidad futbolera es parte de la historia. La santosmanía más viva que nunca, y el triunfo de una Comarca que lucha día a día a las puertas de la joven historia lagunera.