Seguimos recorriendo las noticias de este año que se acaba. Hoy le toca el turno al mes de abril, cuando el gobernador de Jalisco fue la comidilla.
Allá en los aciagos tiempos en que Luis Echeverría mandaba en este país con aires de figura histórica y demagogia digna de república bananera, había quienes le hacían sombra en cuanto a megalomanía y folklorismo. En aquel sexenio pulularon los políticos que hicieron de la cosa pública una especie de carnaval u ópera bufa, que de repente resultaban hasta hilarantes. Y sí, las puntadas de los entonces gobernadores de Coahuila, Tamaulipas y Guerrero (para nombrar sólo a los más notables) pasaron a formar parte selecta del anecdotario chusco de la historia nacional. Claro que las sonrisas se nos borraron con la crisis y devaluación de 1976, cuando el psicótico Echeverría nos empujó por el despeñadero. Ah, y por cierto, tan siniestro personaje ahí anda todavía, completamente impune. Este país no cambiará ni saldrá adelante en tanto los responsables de sus desgracias no paguen las consecuencias, mientras sigan pasando su vejez sin mayores preocupaciones.
El caso es que desde aquella camada de gobernadores folklóricos no habíamos tenido alguno que descollara por su desvergüenza, falta de sentido de las proporciones o locuacidad. De manera sostenida, quiero decir; porque por supuesto en todos estos años han sobrado especímenes dignos de ser citados. Pero como que Emilio González Márquez, preclaro gobernador de Jalisco, se está ganando a pulso un lugar en el referido anecdotario de lo ridículo y surrealista.
Don Emilio ha hecho del tesoro público jalisciense una especie de caja chica que emplea según su muy reverendo capricho y gusto: sin pedirle permiso ni rendirle cuentas a nadie, como si el dinero público fuera suyo. Lo peor es que, cínicamente, alegó que todos los gobernadores hacen lo mismo, pero que él como buen macho de Jalisco es el único que lo hace público. ¿Hasta cuándo tocaremos fondo en cuanto a cinismo y desvergüenza en este país?
Lo manirroto que puede ser González Márquez con el dinero ajeno quedó primero al descubierto cuando le giró un cheque por más de 35 millones de pesos a una cadena televisiva para que le hiciera el favor a Jalisco de rodar una telenovela en ese estado. Y luego se destapó con 90 millones, generosamente donados a la Iglesia Católica para ayudar a construir un santuario dedicado a los muchos mártires cristeros que Juan Pablo II canonizó por docena. Sobre todo por esto último, le llovieron críticas tanto en su estado como fuera de él.
Para fruncir lo arrugado, el gobernador jalisciense respondió no con argumentos o razones, sino a mentadas de madre. Luego de llegar medio incróspito a una ceremonia en la que se hallaba hasta un Cardenal, González Márquez se puso a mentarle la madre a sus críticos, y luego dijo que para eso era gobernador, para gastar el dinero público en lo que le diera su &%$% gana.
Dice el dicho que no hay crudo que no sea humilde: al día siguiente, González Márquez pidió encarecidas disculpas. Pero el cobre enseñado no lo pule ninguna petición de perdón. Y en esas manos está Jalisco… y en gran medida, México.