Ruge el auditorio. Miles de puños golpean el viento. El grito se repite varias veces: “¡Duro, duro, duro!”. Ya están en pie de guerra política. Así los puso, para eso les arengó su dirigente nacional cuando en el discurso atacó duramente al PRI y al PRD sin mencionar sus nombres, pero sí sus pecados, y al sentenciar que habrá reforma energética.
“¡Felipe, Felipe, Felipe!” corearon los congregados, soltaron el nombre 24 veces para recibir al presidente de la República. “¡Vicente, Vicente, Vicente!” soltaron en 12 ocasiones cuando reapareció en el estrado el que fue jefe del Ejecutivo.
Ahí, en el escenario, el reencuentro en público. Vicente Fox Quesada dio varias zancadas largas para recibir a Felipe Calderón. No hubo abrazo, pero sí intercambiaron tres palmadas en sus espaldas. Para otro que retornaba a los eventos de su partido, Diego Fernández de Cevallos, Calderón sólo ofreció la mano para estrechar.
Ellas y ellos. Los personajes. Sus actitudes. Inevitable, inocultable la frialdad del saludo entre Josefina Vázquez Mota y Juan Camilo Mouriño. El secretario de Gobernación, radiante, contento, no dejó de platicar, de bromear, de secretearse con César Nava, el secretario particular del presidente. Ellos dos codo con codo, y por varios momentos, al pendiente de las pantallas de sus Blackberry.
Es el PAN en su asamblea nacional. Ahí están los que quedan de aquéllos de prosapia, de linaje, y las chicas o chicos superpoderosos. Ahí los encumbrados. Y la gente bonita. Y también los de sombrero de palma, ropa de manta. Los que desayunaron en los hoteles del otro lado de la calle y los que llenaron los estómagos con tortas de tamal, las proletarias “guajolotas”.
El PAN-poderoso. Distinto a aquel que hacía sus reuniones en el Cine Ópera o en el Salón Riviera. Rigurosamente vigilado está el Auditorio Nacional. Le rodea como cinturón de castidad una reja verde, y tras las vallas metálicas, los vigilantes, elementos del Estado Mayor que todo lo deciden, quién pasa, quién no, por dónde sí por dónde no. Hombres azules, de este color pintados los rostros golpean sus tambores sin cansarse. Otra parte del espectáculo es la de quienes en altos zancos subidos bailan en el vestíbulo.
El-PAN-de-hoy. El de los que llegaron en camionetas con chofer y los que llevaron en camiones. El de las localidades de la parte baja, y el de Gayola. Los que se reúnen para votar las propuestas de reformas a los estatutos. Para ello tienen paletas de cartón que sirven como abanicos, y que en su momento expresaran el “sí” o el “no”.
Los panistas. Casi llenaron el coso. Esperaron. Observaron en las pantallas gigantes videos en los que aparecieron Gómez Morín, Fernández de Cevallos, Clouthier, Castillo Peraza, Fox y Calderón. Tuvieron que soportar los supuestos chistes del intento de animador, u ensayo de cómico.
Y ya estaba la mayoría de los principales en el enorme presidium, casi cien lugares para ellos en el mismo. Ahí algunos gobernadores, ausente el fiestero jalisciense. También una parte del Gabinete presidencial. Y jóvenes del calderonismo, Gabriela Cuevas, Mariana Gómez del Campo, Rogelio Carbajal, Alejandra Sota. Ernesto Ruffo trata de ser discreto. Patricio Patrón busca a quién saludar. Y emocionado, Vicente Fox recibe la aclamación de bienvenida. Está ahí, sin ella.
Los panistas, entregados en las manifestaciones de afecto para Felipe Calderón, que recorre todo el pasillo, recibe 48 besos y choca 139 manos. Y va de un lado a otro en el estrado. El presidente de la República que no podrá evitar el gesto sonriente cuando en su discurso Germán Martínez se lance contra los de la “borrachera revolucionaria institucional” y los que tienen el nombre de democráticos, pero no acaban de contar los votos para elegir a su dirigente nacional y, dice, están unidos en el pantano de sus cochinadas.
Es el PAN-poderoso. El que algo ganó y algo ha perdido. El que está en pie de guerra...
