Virtud o defecto, México ha sido un país de crédulos y no necesitamos ir muy lejos para confirmarlo: antes siempre confiamos en que Petróleos Mexicanos sería una empresa propiedad de la nación ya que el utilizado “chapopotl” tan apreciado por nuestros náhuatls aborígenes, estaba en el subsuelo nacional, brotaba de la más profunda entraña de México y por lo tanto era de nosotros, pertenecía a todos y a cada uno de los mexicanos.
En el siglo XX nos lo confirmó Lázaro Cárdenas y demandó el apoyo económico del pueblo. Lo dimos y jamás nos dieron en pago un certificado accionario de la empresa paraestatal que fue constituida una vez ejecutada la expropiación de las compañías extranjeras que explotaban el oro negro. No obstante muchos mexicanos aportamos nuestro dinero, la gente dio gallinas, ovejas, vacas y otros animales, más algunos cheques y bonos bancarios; todo lo fungible, lo que pudiera convertirse en dinero, se puso en las manos del presidente Cárdenas.
Recuero que a nuestros profesores les tembló la voz en la escuela primaria al exaltar la gesta épica de don Lázaro Cárdenas del Río, nuestro presidente, quien no había tolerado a la extranjería expoliadora que se negaba a hacer justicia salarial a los trabajadores mexicanos.
Con igual emoción los maestros transmitieron el llamado presidencial para que los mexicanos aportásemos nuestra colaboración económica, por pequeña que fuera, y así poder hacer realidad la recuperación de nuestro patrimonio económico y la ratificación de nuestra soberanía. Al día siguiente fuimos a la escuela con nuestra modesta cooperación. Quienes teníamos un cochinito de barro para ahorrar, lo llevamos con nosotros; quienes habían guardado sus reservas en un calcetín, así las entregaron. Quienes más, quienes menos, todos pusimos algo en el escritorio del maestro: sí, eran cifras simbólicas, pero entrañables. Y todos lloramos cuando los profesores nos pidieron que cantáramos el Himno Nacional.
Pero los hechos, como la historia que los registra, han demostrado, a través de los años, que Pemex nunca fue lo que creíamos que era: una propiedad nacional, eficiente operadora y comercializadora del más valioso recurso patrimonial del país, como lo anuncia la razón social que todos conocemos. Pero igual nos resulta difícil formular una lista de los pocos o muchos personajes públicos beneficiados por Pemex. Ni siquiera sabemos cuál era la ubicación laboral de cada uno en la extensa y enmarañada nómina de funcionarios, empleados y operarios al servicio de la empresa; si en la alta dirección, o entre los trabajadores de nivel bajo y medio de la estructura administrativa, técnica y comercial. Aviadores son, dice el “tumba-burros”, algunas personas que ganan buenos salarios sin trabajar. ¿A cuántos de su familia o de su amistad pudo colocar en las nóminas de esta gigantesca empresa cualquier persona con influencia política, por ejemplo un presidente de la República? Incontables.
Todo fue cierto y no hay por qué soslayarlo. Hoy, en la faramalla de farolones que parece ser el debate por el destino de Pemex, no hay quien ostente un limpio interés por la empresa paraestatal. La discusión se centra en las plataformas políticas. Lo práctico se ignora. Hay quienes hablan por una herida política que no se ha cerrado y quienes no ocultan su ansia por meter la mano en la bolsa de una empresa en crisis. Pocos pelean el interés de México, aunque lo arguyan. El Partido de la Revolución Democrática parece estar contento con ser corifeo de un político fracasado que resbala, igual que el PRD, hacia el abismo. Los directivos del Frente Amplio Progresista organizan marchas, toma de plazas e interrupción de calles: su viejo y reconocido sabotaje contra las instituciones legales. Y acuden al recurso propagandístico de la generalización, tan asequible a los políticos, a algunos periodistas y a los vociferantes portavoces de los partidos de izquierda.
Los mexicanos dimos al cardenismo en 1938 todo lo que teníamos para que el petróleo fuera nuestro. ¿Quiénes fueron antes y quiénes serán mañana los usufructuarios de este patrimonio nacional? Lo que ya sabemos es que más de cien millones de compatriotas jamás hemos recibido regalías, utilidades o premio alguno por los ahorros invertidos en esta industria durante la épica expropiatoria de 1938. Y después soportamos fuertes y constantes alzas en los combustibles, aceites y otros productos fungibles de “nuestra” paraestatal.
Cuento a mis nietos aquella hazaña petrolera y no me lo creen: ¿A poco tú fuiste dueño de Pemex? ¿Y perdiste tu cochinito? Virtualmente sí, les respondo. Todos guardan silencio, menos Bárbara que tiene cuatro años. Ella corre a su cuarto y regresa con su alcancía en la mano. Me dice “toma, te la doy”. Luego ve a sus primos y primas y les dice con orgullo: ¡Yo también voy a ser dueña!.. ¡Ay... cuántos mexicanos van a pensar con idéntica inocencia!