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Afanes de una antorcha

El comentario de hoy

Francisco Amparán

Ya lo habíamos comentado en este espacio: la gira mundial de la Antorcha Olímpica, que es parte de esa orgía mercadotécnica en que se han convertido las Olimpiadas, podía resultarle contraproducente a los organizadores de los juegos de este año, por una razón muy sencilla: serviría de escaparate a las manifestaciones de repudio al trato que China le ha dado al Tibet durante medio siglo, pero especialmente en las últimas semanas.

Y sí, eso ha venido ocurriendo. Pero el número y la fortaleza de las protestas, la verdad, han sorprendido a mucha gente, empezando por un servidor. Para ser franco, yo me esperaba a un puñado de entusiastas enarbolando cartelones y gritando consignas y tan tan. Pero en Francia se reunieron tantos protestantes que hubo que subir la antorcha a un camión para que pudiera terminar su trayecto. Y eso, a pesar del despliegue de miles de agentes de seguridad. Más aún, algunos de los quejosos iban armados con extinguidores, con el propósito explícito de apagar la mentada llama olímpica.

El Gobierno de China ha seguido ateniéndose a la consigna de que la campaña de protesta a nivel mundial es un “compló”, que tiene como objetivo último el boicot de unos Juegos que los chinos han preparado desde hace siete años hasta en el mínimo detalle. Aguarles la fiesta representaría para los orientales un insulto monumental, histórico.

Por supuesto, dado que las autoridades chinas nunca han vivido sino en ambientes dictatoriales y represivos, no alcanzan a entender que la libre manifestación de las ideas es un derecho inalienable en Occidente. Y que se puede protestar contra lo que a uno le dé la gana. Como tampoco entienden que las simpatías de mucha gente estén del lado de los débiles, de los monjes, de los tibetanos. Haber sofocado violentamente las recientes manifestaciones en el Tíbet agravó la cosa… y fue una muestra tajante de lo que opinan las autoridades chinas sobre quienes ventilan su descontento… allá o acá.

Para acabar de fruncir lo arrugado, los chinos acusan directamente al Dalai Lama de estar detrás de la conspiración y la amenaza de boicot. Su Santidad ha asegurado que él no tiene nada que ver, y de hecho ha instado a quien lo quiera oír que las Olimpiadas deben realizarse normalmente. Y claro, la mayoría de la opinión pública mundial no se traga la noción de que un hombre que personifica la bondad misma, ande grillando en los oscuros telones del poder.

China debía haber sabido en qué se metía cuando pidió la celebración de los Juegos Olímpicos para Beijing. Ello implicaba abrirse al mundo, y que éste revisara con lupa los usos y costumbres, los pecados y virtudes, del país donde se halla la ciudad sede. Y teniendo tanta cola que le pisen al Gobierno chino, no les debería de extrañar que sus numerosos detractores estén aprovechando la oportunidad.

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