NUEVA YORK.- En el número de noviembre-diciembre del 2007, Hillary Clinton escribió un ensayo en la revista Foreign Affairs en el que esbozaba su visión sobre los retos para la diplomacia estadounidense. Releer ese artículo es hoy una tarea indispensable para los diplomáticos latinoamericanos para entender cuáles serán las prioridades de la próxima titular de la diplomacia estadounidense y para tratar de construir los canales de diálogo necesarios con la que será una de las voces que más escuchará el presidente Obama.
En esencia, el ensayo en cuestión aborda el tema de cómo recomponer el liderazgo estadounidense en el mundo y la receta que dictaba la entonces suspirante presidencial partía de la premisa de terminar el trabajo en Irak, retomar los esfuerzos de la construcción de un nuevo Estado afgano y reorientar los esfuerzos de la diplomacia estadounidense en el Oriente Medio hacia un acuerdo de paz entre Israel y la Autoridad Palestina. En todo ese ensayo hay un solo párrafo dedicado a América Latina en el que no se ofrece más que la retórica de la “necesidad de regresar a una política de un compromiso vigoroso en la región.”
Puesto que el presidente Obama se concentrará los próximos años en la política interna de su país, particularmente en enfrentar el enorme reto de la crisis financiera, así como en cumplir su promesa de terminar la guerra en Irak y de regresar sus tropas a casa, la agenda del Oriente Medio dominará las tareas de la diplomacia estadounidense que Clinton liderará. El primer reto para ella será el de volverse en una negociadora confiable para las partes en el conflicto palestino-israelí, ya que para muchos líderes del mundo árabe, Hillary tiene un compromiso y una deuda política enorme con el lobby pro-israelí en Estados Unidos y una fuerte cercanía con el Gobierno de Jerusalén.
México ocupará un asiento en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas a partir del primero de enero de 2009, por lo que el activismo internacional que la Presidencia de Obama desplegará en el mundo impactará directamente a la diplomacia mexicana. Lo mismo en las acciones que emprenderá Estados Unidos para su eventual retiro de Irak, con la demanda a la comunidad internacional de una mayor participación, que en el muy probable activismo estadounidense en África, en especial en el genocidio de Darfur, así como en la inestabilidad latente en Asia, como demostraron los recientes atentados de Mumbai.
Más allá de la agenda diplomática del nuevo Gobierno estadounidense, la llegada de Clinton a Foggy Bottom implicará un reto especial para todas las Cancillerías latinoamericanas. El enorme peso político que tiene Hillary, su categoría de celebridad política, implicará que será muy difícil para los y las cancilleres latinoamericanos el dialogar directamente con la próxima secretaria de Estado estadounidense.
Desde México hasta Chile el cambio en el Departamento de Estado obligará a revisar si los actuales cancilleres son o no los voceros deseables de los mandatarios latinoamericanos. Sin duda, la designación de Hillary Clinton abrirá el camino a que más mujeres lleguen a las cancillerías latinoamericanas, justo como pasó con el nombramiento de Madeleine Albright en 1997, pero para México la apuesta al género tal vez no sea el caso más óptimo.
El presidente Felipe Calderón deberá valorar si a México le sirve más tener al embajador Arturo Sarukhán en Washington, quien conoce a Hillary desde que ella era primera dama, pero con quien se relacionó más directamente como cónsul en Nueva York o si se requiere un cambio en la Secretaría de Relaciones Exteriores.
En otras palabras, si Hillary no hace química o no se entiende con la canciller Patricia Espinosa, muy probablemente la diplomática estadounidense llamaría directamente al presidente Calderón o a cualquier otro presidente latinoamericano, saltándose el canal natural del diálogo diplomático entre naciones. ¿Después de todo, ¿qué mandatario de la región no le tomaría una llamada directa a la señora Clinton?
Politólogo e Internacionalista
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