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Agosto: La ofensa de los letreros

EL COMENTARIO DE HOY

Francisco Amparán

Seguimos recorriendo las noticias de 2008. Hoy le toca el turno al mes de agosto.

La verdad, uno no sabe cómo interpretar el asunto. Podría decirse que es el resultado de la falta de sensibilidad de un Gobierno acostumbrado a no pensar más que en su entorno inmediato, a mirarse fijamente el ombligo, y a suponer que el mundo se acaba donde terminan sus dominios. O bien, que la situación tiene que ver con la piel muy delicada de cierta gente, que por todo se molesta, y que se siente aludida a la menor provocación. O también podría entenderse como una muestra más de lo escasamente conectados con la realidad que se encuentran nuestros supuestos gobernantes; los cuales, en varios niveles, parecen empeñados en gastar tiempo, tinta y saliva en soberanas estupideces que a sus gobernados poco les importan, y no enfrentan los verdaderos retos para cuya solución fueron electos.

Así pues, queda a juicio del respetable qué opinar sobre el (¿Cómo lo llamaremos?) incidente provocado por los letreros que el Gobierno de la Gente (no de Coahuila) colocara en las colindancias entre Torreón y Gómez Palacio, entre los estados libres y soberanos (¡ja!) de Coahuila y Durango.

Viéndolo bien, podrían parecer hasta chuscos. Al salir de Torreón, en uno de esos letreros pagados con nuestros impuestos se leía: “Ni modo, aquí termina Coahuila”. Y en el que daba hacia Durango, la muy célebre y sesuda frase: “Por fin, llegué a Coahuila”. Si se fijan, reflexiones no muy profundas, dignas de almas sencillas y espíritus ligeros, que no tienen otra cosa en qué pensar mientras viajan en un vehículo automotriz.

Pero algunos interpretaron los mensajes como ofensa. Que, así fuera de manera indirecta, se perreaba y bocabajeaba al estado de Durango en general y a Gómez Palacio en particular. Que se hacía parecer que dejar esa ciudad era como escapar de Sarajevo en pleno sitio, y que llegar a Coahuila era el equivalente a regresar a la civilización luego de estar en tierra de caníbales. Algunos opinaron que iban en contra de la buena convivencia comarcana, la cual hay que cuidar y cultivar, como lo hacen los grupos criminales que operan en ambas márgenes del Nazas. El alcalde de Gómez Palacio, quien no tiene nada más importante en qué ocuparse, exhibió su santa cólera y exigió que los letreros fueran removidos.

El Gobierno de la Gente, con una sensibilidad y rapidez dignas de encomio, procedió a quitar las causas de tanto enojo, con lo cual suponemos que se evitó un conato de guerra civil y un posible enfrentamiento nuclear entre los puestos de carnitas situados a ambos lados del vado.

¿Cuánto costó poner y quitar los letreros? ¿Tenemos dinero para derrocharlo en tonterías? Y, la verdad, nuestras autoridades ¿no tienen nada mejor en qué pensar y preocuparse… como por ejemplo, en la seguridad de quienes pagamos sus sueldos?

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