Alex Lora. Notimex
Alex Lora no tiene límites. No los tiene en el tiempo, ya que contrario al mito de que los rockeros deben morir jóvenes y víctimas de los excesos, lleva 40 años tocando y el único exceso que conoce es su devoción por la Virgen de Guadalupe, cuya fe sólo se compara con la de los cantantes cristianos.
Y si en su vida no ha tenido límites, nadie debe asombrarse de que su concierto en el Palacio de los Deportes haya durado no dos horas ni tres, sino casi cinco.
Hay algunos veteranos que recuerdan que el TRI era muy diferente a lo que es hoy. Que sus toquines en las calles más lúmpen eran manifestaciones de anarquía y rencor social y jamás hubieran imaginado que Lora se casaría en la Villa de Guadalupe y aparecería en la televisión.
Para estos puristas, el concierto fue volver a las raíces. Lora, una veintena de invitados especiales, pero sobre todo le recordó su “mamacita” a los tamarindos que extorsionan para dejarte estacionar y a los políticos, por cuya culpa los mexicanos tienen que migrar.
