El mundo parece estar de cabeza porque cada vez es más difícil entender la complejidad de los sucesos que día tras día superan a la realidad que vivimos.
Hace unos años nadie imaginó que el precio de la gasolina en Estados Unidos pasaría de los cuatro dólares el galón y menos todavía que los granos como el maíz y el arroz serían utilizados para producir energéticos en detrimento de la alimentación mundial.
Ahora tenemos a una humanidad que encara no uno sino tres problemas: precios altísimos de combustibles, carestía de alimentos y escasez de granos.
Los precios de los productos básicos se han disparado en todo el orbe debido en gran medida a los hidrocarburos; y de no ponerse un freno a esta situación la escalada inflacionaria arropará muy pronto a la economía mundial.
Lo curioso es que ningún Gobierno está atacando en serio y a fondo la raíz del problema que a final de cuentas es el desmedido consumo de los energéticos.
Los países desarrollados y también los no desarrollados se acostumbraron a la comodidad de los vehículos automotores y salvo escasas excepciones como China, atrás quedó la promoción del transporte económico y eficiente como la bicicleta, la motocicleta e incluso el uso de animales como el caballo, la mula y el buey.
Desde mediados del siglo pasado su majestad el automóvil se apoderó de los campos, valles y ciudades bajo la complacencia de los seres humanos que caímos en sus redes.
Hoy en día se destruyen bosques, parques y zonas ecológicas con tal de ampliar carreteras, bulevares o simplemente para construir una mole gigante de concreto para estacionar mil, dos mil o hasta diez mil autos.
Al mismo tiempo se perdió, al menos en el continente Americano, la conciencia del ahorro del combustible para dar paso a las camionetas suntuosas y arrolladoras, pomposamente llamadas SUV, que son sinónimo de estatus, poder… y derroche.
No importa que hoy en día haya que pagar cien dólares por llenar su tanque ni que la visibilidad sea muy reducida como ocurre con las aparatosas camionetas que ganaron su fama en la guerra del desierto contra Irak.
En Estados Unidos al fin se escuchan protestas ciudadanas por el alza de la gasolina, pero ni el Gobierno ni los consumidores han tomado medidas drásticas e inmediatas.
¿Qué pasaría si los clientes deciden en un plan solidario dejar de circular su auto un día a la semana y utilizar el conocido sistema de rondas o “car pool”?
¿Qué sucederá cuando los consumidores del mundo acuerden no visitar gasolineras el mismo día una vez al mes? ¿Acaso no ayudaría la medida a contener la voraz especulación de quienes integran la red de producción, distribución y venta de combustibles?
A pesar de la complejidad económica, todavía estamos tiempo para detener esta bomba de tiempo y evitar un estallido financiero al estilo de la depresión de 1929, pero los consumidores tendremos que tomar medidas prácticas y en algunos casos radicales.
A estas alturas de poco valen las protestas callejeras porque a final de cuentas los políticos y las empresas petroleras están demasiado ocupados en sus asuntos.
Además la inflación que en Estados Unidos ronda el 4 por ciento y en México el 4.5 por ciento, todavía no asusta a los gobiernos porque está lejos de una espiral inflacionaria.
En México se lanzó un programa para contener el alza de precios en apoyo al bolsillo de las familias pobres, pero el plan ataca los efectos y no la causa de la problemática.
Por ello la salida es ejercer nuestro poder como consumidores antes de que sea demasiado tarde. ¿Estamos organizados para ello? ¿Podemos vencer a las grandes corporaciones respaldadas por los actuales gobiernos neoliberales? ¿Cuánto más podremos esperar?
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