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Amigo Sembrador

Francisco A. Ledezma

No vayas a pensar que soy una persona incumplida por el hecho de que no fue publicada esta columna la semana pasada, el asunto es que se me atravesó en el camino una úlcera y debí ser atendido con urgencia médica; pero aquí me tienes vivito y coleando dispuesto a platicar contigo.

Me quedó en el tintero comentarte sobre la celebración del Día de la Amistad por los socios del Club Sembradores de Torreón, en que los tres matrimonios organizadores de ese evento, Chuy y Alma Rosa Campos, Gustavo y Lupita Díaz de León y Javier y Martita Pérez, no cabían de gozo pues ese festejo resultó que sin ser beisbolistas, pegaron un toletazo de cuatro esquinas, no sólo por el ambiente de amistad y compañerismo manifestado en todos los tonos, sino además porque el servicio de restorán fue estupendo, tan así, que no obstante que fuimos ciento ocho los comensales, nos atendieron con prontitud y esmero, sirviéndonos un entremés de rico sabor y una paella que, te digo sin presunción, la habrían ponderado con orgullo en la mismísima Valencia. Más aún: el festejo fue amenizado por una soprano de gentil figura, acompañada en el teclado por el Lic. Gilberto Díaz, con un repertorio de canciones muy selecto, interpretadas con tanto sentimiento, que al término de cada una de ellas les otorgaron interminables y nutridos aplausos.

Pero no todo en la vida es felicidad. El pasado domingo, al abrir las páginas de mi periódico El Siglo de Torreón, me encontré con la infausta noticia del fallecimiento del doctor Arnulfo Portales Portales, entrañable y queridísimo amigo, que con Nora su esposa fueran compañeros nuestros, allá por la década de los años sesenta, en las sesiones de estudio de los temas del Movimiento Familiar Cristiano.

Fue un año inolvidable. Cada semana nos reuníamos seis matrimonios y un viudo a discutir los temas sobre la problemática matrimonial propuestos por el M. F. C. Tuve, junto con Martha mi esposa, el honor de coordinar ese grupo integrado por Armando Martín Borque y Yoya, Enrique Menéndez y Carolina, Alberto y Vico Villarreal, Alfonso Valdés y Ángeles, Arnulfo y Nora Portales y José Ramón Algara, que recién había enviudado. Eran tan cordiales e interesantes las sesiones que con frecuencia rebasábamos el horario acostumbrado.

Ahí se forjó una amistad que el paso del tiempo no ha disminuido en grado alguno, por eso es la profunda tristeza que sentimos por la muerte de Arnulfo.

Lamentablemente, por el mismo motivo de mi delicada salud, no pudimos asistir a su sepelio y a las misas de réquiem, pero saben Nora, sus hijos e hijas, que la huella que dejó Arnulfo Portales, ese hombre bondadoso y bueno a carta cabal, quedará imborrable para siempre en el recuerdo y cariño de cuantos tuvimos el privilegio de tratarlo.

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