La semana pasada hubo dos celebraciones de carácter internacional, los días de la mujer y de la familia, ambos vinculados estrechamente por la figura central de la mujer, ese noble ser que norma todos los actos en el seno del hogar, guiando a sus hijos, con amor y ternura, por senderos ciertos en su búsqueda de mejores horizontes.
En el Ideario Sembrador se establece que la familia, fuente de vida y educación, es una institución directamente surgida de la naturaleza, que debe ser estimulada y favorecida en su unidad, estabilidad y prosperidad y que incumbe a los padres en primer término, el derecho y el deber de proveer a la formación física, intelectual, moral y religiosa de los hijos.
En nuestro Credo, se afirma que el sembrador cree y apoya incondicionalmente a la familia como centro único de amor y comprensión humana y factor respetable y respetuoso de la paternidad y maternidad creadora. Ellos, los padres, buscan en lo posible la felicidad de sus hijos.
Pero en la búsqueda de esa felicidad, algunas veces nos apartamos de los senderos que nos conducen a ella, olvidando que ese óptimo estado de ánimo está a nuestro alcance dentro de nosotros mismos, en nuestro propio hogar. Es en su seno, en el entorno hogareño en donde hallamos alivio a nuestras penas, a nuestras angustias; es en donde nuestros seres queridos nos hacen no sólo llevadera sino placentera la vida dándonos amor, el más auténtico y verdadero de todos.
Al calor de la familia surgen elementos capaces de disipar sombras, de disolver negruras, de infundir vida. La creación de una atmósfera amorosa dentro de las cuatro paredes del hogar es el mejor remedio a los males que sufrimos los seres humanos.
Practicar un amor que sea capaz de dar y recibir, de perdonar y ser perdonados, de vivir en tarea permanente de tolerarnos con nuestras imperfecciones y aprender a apoyarnos tan sólo porque sí. Hacer felices a los nuestros y en ello encontrar la propia felicidad. ¡Ése es el camino!