Desde mi adolescencia y juventud he tenido inclinación hacia la amistad y como desde entonces me integré a clubes deportivos y de servicio, resulta que la legión de amigos que he tenido ha sido numerosa; muchos de ellos de ascendencia española: madrileños, gallegos, asturianos, vascos, aragoneses, catalanes, valencianos y andaluces. Por esos amigos conocí a España de “oídas”, de tal forma, que podía ubicar con exactitud la situación geográfica de sus provincias.
La semana pasada la comida mensual de los “sertorucos” la ofrecieron Héctor Hernández y Carlos Jalife en un restaurante de ambiente español, allá por el rumbo de la Alameda, y con ese motivo la mañana del propio día, Carlos se comunicó conmigo para pedirme que, a los postres, hablara a los comensales sobre la inmigración española en La Laguna y su benéfica influencia, un tema que la verdad no me sentía capaz de exponer, sin embargo recurrí para documentarme a la obra literaria “Aquel Torreón” de la autoría de mi dilecto amigo el licenciado Homero del Bosque Villarreal, obra en la que con amenidad relata los hechos y habla de los personajes relevantes en la vida de nuestra ciudad.
Siendo Torreón muy joven todavía allá por 1915, la Colonia Española contaba aproximadamente con dos mil ciudadanos, venidos casi todos a México para con perseverancia y arduo trabajo, obtener un capital que por lo general invertían en estas espléndidas tierras en las que se quedaron a vivir, casándose y teniendo prole con lo que se arraigaron a su nuevo hogar.
Y esos españoles se asentaron de tal manera en La Laguna que, desde la llegada de Joaquín Serrano, formaron grupos de gran empuje, que con su esfuerzo, su capacidad, su honradez y su cariño a la tierra que les daba alimento, engrandecieron a su nueva patria, abriendo tierras al cultivo, formando sociedades de industria y comercio, abriendo escuelas. Esos españoles educaron a sus hijos en el agradecimiento a México, a la Comarca Lagunera, pero sin olvidar a la patria que les dio la vida, añorando siempre la cuna que dejaron en la vieja España.
Entre tantos y tantos españoles que dejaron profunda huella de su paso por esta tierra, podemos mencionar varios nombres: Fernando Rincón, José Cueto, José Rendueles, José Larrea, Ángel Urraza, Valeriano Lamberta, Rafael Arocena, Pedro Aranzábal, Antonio Cofiño.
A José Arriaga Álvarez y Ramón Iriarte Enecoiz, con cuyos hijos que siguieron la guía de trabajo y progreso de sus padres –Luciano Arriaga Acosta y los Iriarte Maisterrena, Ramón y Javier, guardo una afectuosa y añeja amistad.
Recordamos algunos más que conocimos y tratamos, pero que ya emprendieron el viaje por los senderos infinitos: Ciriaco Zorrilla, Rogelio Braña, Ángel Sobrino, Pedro Valdez Fernández y don Paco Martín Borque. Al maestro concertista Alejandro Vilalta, al Dr. Emilio Folch y a quienes fundaron instituciones educativas, los profesores Antonio Vigatá, Ricardo Pons, Antonio Antolín y Pablo Farrús. A otros españoles de pura cepa que por gracia de Dios viven todavía y me honran con su amistad, Armando Martín Borque que conocí en mi equipo del MFC y a Tomás López Alonso por su estancia en el Club Sembradores de Amistad.
En fin se llenarían páginas enteras para nombrar a muchos españoles que tan poderosamente contribuyeron para que esta región tuviera su asombroso desarrollo, que ahora es tinte de orgullo para los que vivimos en esta hospitalaria y generosa tierra.
