“No hay que enamorarse del fracaso”.
Carlos Fuentes, sobre Andrés Manuel
López Obrador, septiembre 2006
Este domingo fui a votar en la consulta ciudadana sobre la reforma petrolera. Lo hice en una casilla en la glorieta de la palma del Paseo de la Reforma. No tuve ningún problema para hacerlo. Era cerca de la una de la tarde, pero sólo habían votado unas 10 personas. En la casilla, sin embargo, había cinco funcionarios o encargados.
Al llegar me pidieron mi credencial de elector y anotaron los datos en una hoja en la que estaban los nombres de la decena que había votado antes. Me pusieron tinta en el dedo pulgar (la cual se había borrado ya a los 10 minutos). No había lugar para votar en aislamiento. Había que hacerlo enfrente de los funcionarios de casilla, lo cual, por supuesto, habría invalidado el sufragio en cualquier elección verdadera.
Al final, participó en la consulta menos del 12 por ciento de los electores inscritos en el padrón electoral del Distrito Federal. No tengo datos al escribir esta columna de los resultados en los estados que tuvieron también consultas este domingo 27 de julio, pero debo suponer que la participación debe haber sido mucho más baja, al no haber contado con los recursos del Gobierno capitalino ni la capacidad de movilización de votantes que tiene el PRD en la Ciudad de México.
A pesar de la baja participación, Manuel Camacho Solís, coordinador de la consulta, considera que el ejercicio fue todo un éxito. Afirma que el número de ciudadanos que votó fue superior al de consultas similares, como la que se llevó a cabo en 2007 (en la que se podía votar incluso por teléfono o por Internet) y que sirvió de pretexto para la introducción de nuevas restricciones a la circulación de vehículos en la zona metropolitana de la capital. Si no hubiera sido por la “campaña” en contra del PAN y del Gobierno Federal, dice Manuel Camacho, la participación se habría cuando menos duplicado.
Los organizadores de la consulta no parecen entender que mucha gente se abstuvo de participar no por indiferencia sino por rechazo a la posición del PRD y de sus aliados políticos. Por eso está totalmente fuera de lugar la posición de algunos perredistas, empezando por Andrés Manuel López Obrador, en el sentido de considerar que la consulta les da un mandato amplio de los ciudadanos para llevar a cabo nuevas movilizaciones, tomas de las tribunas del Congreso y bloqueos de calles, carreteras y aeropuertos.
Todo lo contrario. La consulta es un gran fracaso para un movimiento que supuestamente debió haber unificado al país en contra de la consulta. La abstención de más del 88 por ciento del padrón tan sólo en el Distrito Federal no deja otra interpretación. El mismo resultado, de un 85 por ciento por el No y un 15 por el Sí, es indicativo de lo sesgada que fue la consulta. Todas las encuestas de opinión muestran a una sociedad mexicana profundamente dividida por la reforma petrolera. La amplia mayoría de la consulta perredista simplemente ratifica que quienes participaron en ella no son una muestra representativa de la sociedad mexicana.
El gran fracaso de la consulta ciudadana debería ser una lección para el PRD de los errores políticos que sus dirigentes están cometiendo. Algunos perredistas, los moderados, parecen entenderlo bien. El presidente interino, Guadalupe Acosta Naranjo, miembro de la agrupación Nueva Izquierda que encabeza Jesús Ortega, está participando en una negociación con los dirigentes de los otros tres partidos principales del país para tratar de buscar un acuerdo que lleve a una indispensable reforma petrolera en la que participen las tres principales fuerzas políticas del país. Pero el PRD radical, el de Andrés Manuel López Obrador, sigue manteniendo una posición de rechazo a cualquier reforma petrolera.
Ya el PRD radical ha señalado que considera esta consulta con cuando menos 88 por ciento de abstención como un gran triunfo que debe llevar al retiro de la iniciativa de reforma del presidente. Es muy probable, de hecho, que su resultado se utilice como justificación de la ya anunciada estrategia para detener la reforma a base de movilizaciones y bloqueos.
Para los perredistas moderados, aquellos que han visto el respaldo político de su partido caer de manera estrepitosa desde las elecciones de 2006, esta situación debe ser preocupante. López Obrador parece haber tomado la decisión hace tiempo que no le importa el desempeño electoral del PRD. “Al diablo con las instituciones” fue la manera en que lo expresó en 2006, cuando su bloqueo del Paseo de la Reforma provocó un desplome de la popularidad de él y de su partido. Pero para los perredistas sensatos, aquellos que en un momento soñaron con que en 2009 su partido pudiera convertirse en mayoría en la Cámara de Diputados, el amor de López Obrador al fracaso se ha convertido ya en un problema de vida o muerte.
COSTOSO TRANVÍA
El Gobierno capitalino ha lanzado la licitación para la construcción de un tranvía en el Centro Histórico de la Ciudad de México. El proyecto costaría entre 1,500 y 1,800 millones de pesos. En su programa de radio “De una a tres”, el periodista Jacobo Zabludovsky ha señalado que costaría una pequeña fracción de ese dinero poner un turibús a hacer el mismo recorrido sin los problemas viales que ocasionaría el tranvía. Pero ¿quién resiste la tentación de gastar el dinero de los demás?