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Aniversario priista

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Luis F. Salazar Woolfolk

En el parteaguas de la reforma energética, el Partido Revolucionario Institucional celebra setenta y nueve años de vida, debatiéndose entre su pasado como Partido de Estado del cual no logra desprenderse y el futuro de una modernidad asumida a medias y de manera que se advierte ambigua y vergonzante.

En el discurso ceremonial pronunciado ante gobernadores, legisladores y demás priistas distinguidos, la presidenta Beatriz Paredes considera a la suya la primera fuerza política “territorial” del país, al tiempo que reconoce con dramático realismo que el PRI es un partido fracturado y a ello corresponde el lema “Reconstrucción XXI”, que implica el presupuesto de la destrucción como punto de partida, de cara al siglo veintiuno.

La festiva consideración según la cual, la dirigente destaca la presencia territorial de su partido en los gobiernos locales, es una visión que contradice al principio constitucional según el cual los partidos son organizaciones de ciudadanos, puesto que la fuerza de un partido no consiste en la ocupación de un ámbito espacial más o menos grande, sino en el apoyo y preferencia en términos numéricos de mayoría, de los votos sufragados por la persona humana, ciudadano, elector, como sujeto activo y destinatario de toda labor política.

La consideración territorial es todavía más denigrante que la conjetura de masas como protagonistas del quehacer político priista. En el caso de las masas, la “gente” se pone por encima de la persona y el ciudadano pensante es sustituido por un objeto pasivo colectivo, fácilmente manipulable.

Es cierto que el PRI es la fuerza política que en términos comparativos ocupa un mayor espacio en función de gobiernos estatales y municipales en relación a otras fueras políticas, pero ello no quiere decir ni que tales espacios sean los más poblados ni por ende, que dicha cobertura proporcione al tricolor una mayoría en función de una votación general en todo el territorio nacional. Aún más, la fuerza territorial de la que el PRI se congratula, es la esencia de su debilidad frente a las expectativas que alienta para recuperar la Presidencia de la República en el aún distante año dos mil doce.

En efecto, es sabido que el PRI desde que dejó de ser Partido de Estado, se ha convertido en una federación de pequeños partidos a nivel estatal, que en cada lugar generan verdaderas ínsulas de poder en las que el viejo régimen autoritario de Partido de Estado, se reproduce corregido y aumentado.

El principal enemigo de la unidad del PRI en torno de una figura determinada como eventual candidato a recuperar la Presidencia, se haya precisamente en los gobernadores priistas, reyezuelos arrogantes que se solazan en exigir del Gobierno Federal recursos sin límite, sin que por otra parte estén dispuestos a rendir las cuentas que en esa misma proporción corresponde.

La sola posibilidad de que el retorno del PRI a Los Pinos, implique la regeneración (o reconstrucción XXI como la llaman) del viejo régimen, con el poder presidencial omnímodo al que los gobiernos estatales y municipales priistas deben absoluta sujeción, es una garantía plena de que perdure la división priista a partir del tema en cuestión.

A ello obedece que no haya uno sino muchos “pris”. El PRI de Eduardo Bours Castello y Natividad González Parás por ejemplo, más allá del escudo tricolor, nada tiene que ver con el PRI de Humberto Moreira o el otro diverso de Fidel Herrera Beltrán.

El PRI carece de identidad ideológica y ello es al propio tiempo causa y consecuencia de la fragmentación que sufre. El PRI cifra su dilema existencial (ser o no ser) en la recuperación del poder total (vamos por más…) y ninguna otra cosa vale la pena.

Desde hace mas de un año que Beatriz Paredes asumió la presidencia del PRI, diversas voces internas han pedido un pronunciamiento al respecto como partido de centro-izquierda, con el claro propósito de disputar los espacios de siniestra al Partido de la Revolución Democrática.

A ello corresponde que en el tema de la reforma energética, después de haber coqueteado con la modernidad que asume y abandona a capricho, el PRI vuelve al dogma del control de los recursos petroleros llevado al extremo, hasta el punto que hoy día el PRI se revela como un PRD vergonzante o peor aún oportunista.

Esta posición no está exenta de riesgos. Al menos las posiciones del Partido Acción Nacional y el PRD al respecto son claras. Al PRI que sobrevalora su condición de “visagra” en el Congreso de la Unión, corresponderá la responsabilidad de hacer naufragar el actual intento de reforma energética en el mar de la ambigüedad y la inoperancia, lo que como tal no le aportará un solo voto.

El botón de muestra de esta ambigüedad, lo encontramos en que la posición del PRI en materia petrolera, se sustenta en la postura de Francisco Rojas, ex director de Pemex que en el año de 1993, concertó por primera vez una alianza de capitales con la compañía norteamericana Shell, para establecer refinerías en aquel país con mezcla de capital privado y que hoy, se opone precisamente a esa misma alianza de capitales, para surtir efectos de inversión y empleo dentro de las fronteras de nuestro país.

Correo electrónico:

lfsalazarw@prodigy.net.mx

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