Alejandro Jodorowsky vuelve a la dirección de teatro con la obra El Sueño sin Fin, después de siete años. (Fotografías de Jam Media)
A unas horas del estreno de la obra con la que regresa a la dramaturgia y a la dirección escénica, Alejandro Jodorowsky está ansioso. Quiere que todo sea perfecto. No permite que una luz esté fuera de su lugar. Grita, señala, insiste, detalla, ordena y maldice. Todo mientras ultima los detalles de la pieza teatral El Sueño sin Fin, que estrenó en el Teatro de la Ciudad.
Toma asiento justo en la butaca del centro de la sexta fila del teatro. Sus únicas herramientas son una diadema de intercomunicación con la que mantiene contacto con el personal técnico que está en la cabina; un micrófono que le sirve para que los actores en el escenario escuchen sus indicaciones, y la imaginación que lo ha llevado a ser novelista, especialista en el tarot, poeta, terapeuta, guionista de comics, actor y psicomago.
Una y otra vez detiene una escena para hacer ajustes a la iluminación del escenario; para insistir en la intención adecuada de cada texto dramático; para checar el volumen de la música, y hasta para ubicar en el lugar correcto a los actores. “¡Momentito! Es fundamental que les diga que si hacemos la escena así, ustedes quedan en el centro. ¡No se pueden hacer todas las actuaciones en el centro!”.
En el escenario están su hijo, Brontis Jodorowsky, así como la actriz italiana Eliana Amato Cantone y Riccardo Maffiotti, quienes a pesar de las exigencias, todo el tiempo le muestran su respeto al director. “Alejandro, ¿me permites hacerte una pregunta?”; “Alejandro, ¿te parece bien si me muevo de esta forma?”; “Alejandro, le quité la cosa que lleva en el hombro este saco para esta escena, ¿te parece bien?”.
Jodorowsky tiene 79 años de edad. Han pasado siete años desde que dirigió Ópera Pánica. Quizá por ello se le nota nervioso con esta obra inédita titulada El Sueño sin Fin, una fábula teatral sobre la búsqueda de unidad, amor y crecimiento interior.
En la obra intervienen numerosos personajes que son interpretados por dos únicos actores: una pareja de Hermanos Celestes, que han descendido a la tierra para buscarse uno al otro a través de distintas vidas y encarnaciones. Es la historia de un alma dividida en dos que debe enfrentarse al dolor y salir purificada para encontrarse con ella misma, pues los Hermanos Celestes son, en realidad, fragmentos de una sola alma.
Y las almas deben ser escuchadas y estar bien iluminadas, por lo que Jodorowsky constantemente utiliza la diadema para señalar qué tipo de luces quiere sobre los actores y el volumen exacto en el que debe estar la música para que no tape los diálogos de los personajes. “Alberto, ¿me entendiste? Por favor anota esos cambios. ¿Me escuchaste? ¡Mierda! Este aparato me jode el oído”.
Se levanta de su butaca para ir al baño y de paso aprovecha para subir al escenario y marcar exactamente dónde quiere la luz. Pide a los actores que repitan la escena para que los técnicos implementen los cambios que ha ordenado. “¿Por qué estás poniendo esas flores ahí?”, le cuestiona a una de sus asistentes que subió al escenario. Ella, a pesar de haber entendido que esa era la indicación, no discute y se disculpa. “Perdón, señor”.
A pesar de lo que parezca, Alejandro Jodorowsky no se considera un valiente, al contrario, dice que es extremadamente miedoso. Sólo que asegura que miedoso no es sinónimo de cobarde ni de angustiado. “El hombre actual está angustiado. No sabe a qué le teme. Un miedoso sabe quién es su enemigo y lo combate. Un cobarde sabe quién es su enemigo pero no le presenta pelea. Un cobarde es un ser despreciable, quizás mucho más que el angustiado. Un miedoso es un ser positivo. Ahora bien, un valiente, el que no teme a nada, es un inconsciente o un idiota. Si afronto el escándalo no es porque sea valiente, sino porque he vencido mi angustia”.
