El 30 de enero de 1933, hace 75 años, el presidente de la República alemana, Paul von Hidenburg, designó como jefe de Gobierno a Adolfo Hitler. Julián Casanova de El País nos recuerda el hecho. La joven democracia alemana surgida de la República de Weimer, de la constitución que fuera ejemplo mundial por las garantías individuales y sociales contenidas en ella, devino en una de las más atroces dictaduras de todos los tiempos. En pocos meses Hitler desmontaría el aparato de partidos anulando los derechos civiles y políticos de la población. Crearía un aparato paralelo a su partido de represión y asumiría no sólo el liderazgo de su partido sino el de gran conductor de todo el país, el Führer. Catorce años de democracia formal con una de las mejores legislaciones se desmoronaron. Vale recordar algunas de las lecciones del caso.
Primera, la cultura autoritaria no cambia con la promulgación de los preceptos. Alemania estaba acostumbrada a la conducción autoritaria y la exigió de nuevo. Segunda, los altos niveles educativos sin contenido democrático no bastan: la democracia se cultiva todos los días, en los hogares, en la escuela y también en los espacios públicos. Tercera, los valores democráticos se tambalean en condiciones adversas. Adam Przeworsky de NYU ha demostrado la fragilidad de las democracias frente a las crisis económicas. Así una de las potencias del orbe dio la espalda a la democracia presa del pánico producto del brutal desempleo y de la depresión.
En 1933, apoyado en el desprestigio de la política, el ex golpista Adolfo Hitler se transforma en el líder de la nación alemana. Ya desde el poder procedería a desmontar todos los contrapesos institucionales. El legislativo, el judicial y sobretodo el férreo control de la opinión pública le permitieron perpetuarse en una auténtica batalla contra el mundo. Gobernando por decretos y sin filtros, el poder llegó a la máxima concentración. Primero fue un solo partido, después un solo hombre. La cultura autoritaria derrotaría a los incipientes ideales democráticos. Los varios millones de desempleados olvidarían el putsch protagonizado por Hitler. Las ilusiones de grandeza vendidas por el dictador pretendían justificar las peores atrocidades que ha visto la humanidad. No quedó un rincón de la opinión pública sin control oficial. Ese fue el camino.
Muchos estudiosos han escarbado en la historia alemana (Karl Dietrich Bracher, La dictadura Alemana, Alianza) para desentrañar ese fenómeno que destrozó la idea de progreso lineal de las democracias. Siguen las lecciones. Primera, las democracias formales pueden tener retrocesos sobretodo cuando los valores esenciales no están bien asentados, fue el caso. Segunda, triste es decirlo, la economía, los bolsillos, pesan más que los ideales. Tercera, fomentar el odio hacia fantasmas es una cómoda solución cuando se quiere aglutinar a una población temerosa y desubicada. Cuarto, el control sobre la comunicación facilita todo, “di una mentira mil veces y terminará siendo una verdad”. Quinta, el nacionalismo es una enfermedad.
¿Fue Hitler algo excepcional e irrepetible? Lo primero es cierto, la desesperación del pueblo alemán -desempleo, inflación galopante y falta de conducción política- terminaron por fastidiar la incipiente democracia. ¿Irrepetible? Para nada, la segunda mitad del siglo XX es un desfile de regímenes autoritarios, algunos regresaron como España con el franquismo, otros se instauran por la vía democrática como el caso de Venezuela o Perú. La democracia no es tan popular como lo imaginamos. Los sondeos de valores profundos muestran la brutal resistencia cultural en contra de la democracia. Hay países como Ecuador donde más de la mitad de la población prefiere un régimen autoritario a uno democrático. ¿Alguna sorpresa con Correa? Hay otros que nunca han conocido la democracia y por lo tanto no tienen que extrañar, China.
Pero y México, ¿cómo sale en este ejercicio? En primer lugar tenemos que admitir que nuestra tradición favorece al autoritarismo y aunque no se quiera reconocer el PRI, al igual que otros regímenes autoritarios, tuvo apoyo popular. Segundo, la prosperidad conseguida por los regímenes autoritarios con frecuencia pesa más que los ideales democráticos. Fue el caso. China crece a tasas alrededor del 10% anual sin demasiados tropiezos políticos. La prosperidad autoritaria será parte de la historia del siglo XXI. El crecimiento económico de Chile provocado inicialmente por Pinochet fue aplaudido por muchos. Fujimori, Chávez, Morales y Correa serán ejemplo de retroceso democrático a través de ¡mecanismos democráticos!
De nuevo ¿y México? Pareciera que la ciudadanía no da marcha atrás, pero la degradación de la vida política interna de los partidos no tiene límites. Cada día hay menos afiliados, cada día su desprestigio avanza, es parejo, nada de excepciones. Pero quizá la mayor desesperanza surja del control disfrazado de democracia que ejercen los tres partidos políticos mayores. La expresión partidocracia no es una fantasmagoría, basta ver lo que han hecho con el IFE. El espejismo democrático nace de la idea de que los tres grandes se ponen de acuerdo, esa es la democracia, pero ahora caemos en cuenta que también son capaces de destrozar sus pilares: el IFE, ciertas libertades básicas, los equilibrios institucionales. ¿Hasta dónde llegarán? ¿Quién los puede frenar?
Llegó la hora del desencanto. No es que tres partidos gobiernen, eso estaría bien, es que las dirigencias de tres partidos tienen al país apergollado.