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Apertura comercial y empleo, los alarmantes contrasentidos

Julio Faesler

Es difícil encontrar datos que alimenten esperanzas para un futuro económico próspero en los próximos doce meses. La OCDE informa que hay desaceleración en todo el mundo. En México, apenas para 2010 se atisba el horizonte esperanzador de un crecimiento de 1.8 por ciento y un ligero aumento en las exportaciones. El desempleo actual es de 4.1 por ciento y aumentará al 4.6 por ciento el año entrante. Para 2010 habrá disminuido a un 4.4 por ciento.

Mientras ese pálido panorama se cumple en 2010, habremos pasado el año actual con un crecimiento del PIB del 0.5 por ciento y del 0.36 por ciento para el año que viene. El secretario de Hacienda promete hacer todo lo posible porque adelantemos al 2009 el 1.8 por ciento.

El comportamiento anterior refleja la conjunción de varios factores coincidentes. Desde luego, hace tiempo que el crecimiento en México ha sido dolorosamente insuficiente. Ni siquiera los que añoran, con cierta razón, los tiempos del “desarrollo estabilizador”, cuando el crecimiento promedio entre 1961 y 1970 fue de 6.46 por ciento, pueden estar plenamente justificados. El incremento poblacional promedio fue de 3.18 por ciento dejando un crecimiento neto per cápita de 3.16 por ciento México nunca ha alcanzado un ritmo verdaderamente dinámico como el que ha caracterizado otros países “emergentes”.

El comercio exterior ha sido siempre un factor indispensable para el progreso nacional. Ha sido relegado, sin embargo, a un mero componente dentro de la limitada visión financierista que no provee para la salud socioeconómica en su totalidad la que sólo puede realizarse con un nivel adecuado de ocupación. Para lograr una pujante integración económica hay que hacer que la producción nacional ocupe la mano de obra disponible.

Ese nivel de ocupación no se alcanzará, sin embargo, si nos atenemos al limitado mercado nacional que no puede absorber todos los variados productos que somos capaces de cultivar, extraer y fabricar. La demanda nacional se cubre con una producción que no requiere ocupar toda la mano de obra disponible. Para alcanzar el nivel de empleo y poder de compra suficientes para impulsar el progreso nacional hay que adicionar el mercado exterior al nacional.

Desde hace tiempo hemos requerido abrir alrededor de un millón de nuevos empleos anuales. El que a lo largo de nuestra historia moderna no hayamos exportado ni suficiente ni adecuadamente explica porqué no lo hemos podido hacer. El ritmo reciente ha sido de 500 o 700 mil empleos. En 2008, año de recesión, el secretario del Trabajo nos informa que habremos abierto sólo 365 mil empleos formales. A esto se restarán los despidos que la desaceleración provoca. Una vez más el excedente de mano de obra se irá, o a la economía informal, o intentará irse a los Estados Unidos donde ya no tienen cabida.

Nuestro comercio exterior registra un recurrente déficit comercial. Este año el déficit será del orden de 14 mil millones de dólares. La perspectiva para 2009 y 2010 no es mejor. El INEGI nos dice que en 2010 las ventas crecerán solo 0.9 por ciento mientras las importaciones aumentarán 2.6 por ciento. Los financieristas lo aceptan con toda naturalidad ya que lo compensan el desequilibrio con la balanza de invisibles compuesta por flujos de inversión aunque muchos sean las de mera cartera que no promueven directamente nuevo empleo. La desocupación no les preocupa siempre y cuando les cuadren los flujos financieros de entrada y salida.

Pero la realidad no es tan abstracta. Para remediar el desempleo hay que aumentar las exportaciones, lo que significa no sólo promoverlas en el exterior como lo hace ProMéxico, sino que los productos que se ofrezcan tengan insumos y componentes hechos precisamente por mexicanos y no simplemente armados o elaborados con partes extranjeras.

Al respecto, los estudios hechos en COMCE demuestran que lo que se fabrica y luego se exporta, tiene un 70 por ciento de composición extranjera. Ello se debe a que con la política de apertura comercial, diligentemente propalada por los países industrializados y aceptada por México, hemos rebajado indiscriminadamente los aranceles facilitando la importación de insumos y productos terminados sin acreditar la supuesta ventaja de hacerlo.

Además de pretender forzar la reestructuración de la planta industrial, la Secretaría de Economía quiere combatir las presiones inflacionarias importando productos baratos para así bajar los precios en el mercado nacional. Para ello ha anunciado la inminente eliminación escalonada de los aranceles para las importaciones procedentes de países que no han firmado Tratados de Libre Comercio (TLC). Se habrá completado el desarme tarifario de nuestro país.

El Gobierno se propone así sustituir el producto nacional con el importado sin considerar sus adversas consecuencias en la actividad industrial, a veces de intenso uso de mano de obra, y en el nivel de empleo. El presidente de la CONCAMÍN se ha pronunciado firmemente en contra.

El programa de desgravación anunciado por la Secretaría de Economía es un contrasentido. En primer lugar, no respeta la prioridad trascendental de defender, ahora más que nunca, la ocupación que existe. Insistir, además, en abrir la entrada a productos procedentes del exterior, sean insumos o productos, significa que la mayoría de nuestras exportaciones seguirá siendo sólo nominalmente nacional, pero en realidad integrada con insumos mayoritariamente extranjeros.

Al marginar así a la mano de obra mexicana, a veces de industrias de alto contenido laboral, los trabajadores y empleados no requeridos por el aparato económico nacional, tendrán que incorporarse al sector informal, al ambulantaje, paso previo a la ilegalidad, al crimen y a la violencia social. Los Estados Unidos con su crisis, ya no es la válvula de escape. Ya hay demasiada presión globalizadora para reducir nóminas para bajar costos. Necesitamos saber usar el comercio exterior como instrumento de fomento de producción y empleo y no como su verdugo.

El presidente Calderón, se ha pronunciado reiteradas veces contra el peligro de una ola proteccionista mundial. Es correcto. Pero ni el proteccionismo ni la apertura total son reglas absolutas. La economía, que es un arte social, debe siempre supeditarse al bienestar del pueblo. Los países que más avanzan, desarrollados o emergentes, así lo entienden.

Felipe Calderón hizo su campaña prometiendo ser el presidente del Empleo. Nunca podrá cumplir su estratégica promesa si sigue haciéndole caso a los financieristas que tan mal lo aconsejan.

juliofelipefaesleryahoo.com

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