En México se habla mucho y muy ruidosamente de la crispación y polarización que vive el país. Ello lo hacen, fundamentalmente, los medios de comunicación de la capital de la República. Ahí se tiene la peregrina noción de que cualquier cosa que sucede alrededor del Zócalo es de importancia universal y fiel reflejo de lo que le ocurre a toda una nación… el 82% de cuya población no vivimos en la zona metropolitana del DF, bendito sea mi padre Dios.
En buena parte de la República, la mentada polarización no se percibe por ningún lado, y la gente está más preocupada por la inseguridad, el precio de la sopa de coditos y el por qué no se reforzó mejor el Santos. Como que habría que matizar el alarmismo de ciertos medios, ciertos columnistas, a los que les encanta predecir el Apocalipsis a la vuelta de la esquina.
Ahora bien: si quieren conocer una sociedad de veras polarizada, sólo hay que voltear hacia la Argentina. Ahí sí que se está dando una fractura social terrible, y que enfrenta disparidades de clase y regionales.
El detonante de esa crispación fue una medida (populista según algunos, justa según otros) de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Hace cuatro meses, la mandataria platense le asestó un impuesto a algunos de los principales productos agrícolas de exportación argentinos… impuesto que, bien mirado, resultaba leonino, dado que superaba el 40%. Los productores agropecuarios pusieron el grito en el cielo y los tractores en las carreteras, estrangulando el transporte en diversos puntos del país, y dejando de enviar sus productos a las ciudades. A medida que las protestas fueron creciendo en intensidad y frecuencia, se fue tensando la situación entre el campo y las urbes, entre la clase media y alta (especialmente en provincia, pero también en Buenos Aires) y los grupos populares, que demandan más infraestructura y empleos luego de la debacle económica de principios de siglo.
La presidenta alegaba que se necesita el dinero de ese impuesto para darle servicios a los más necesitados… a costillas de quienes se están haciendo ricos con los altos precios de los alimentos en el mercado mundial. Los agricultores responden que con el impuesto se castiga al único sector eficiente y productivo de la Argentina; y preguntan por qué han de mantener a los comodinos de las ciudades, que no se soban el lomo para producir riqueza. Si se fijan, el viejo conflicto entre el campo que genera alimentos, y la ciudad que se considera con derechos para comerlos baratos. Pero también entre el populismo peronista y las clases capitalistas que defienden su derecho a enriquecerse y prosperar.
La semana pasada, tras 17 horas de discusión, el Senado rechazó el impuesto por un voto de diferencia… el que fue suministrado por el vicepresidente Julio Cobos. Que el propio vice de la Kirchner le haya dado la espalda, nos habla de lo dividida que está la Argentina. Y conociendo la historia de ese país, podemos profetizar que las cosas… no harán sino empeorar.