La vida de un presentador de noticias, ya por radio o por televisión, debe ser muy difícil: ¡cuántas preocupaciones carga! Cada día trae la suya propia, que se agrega a las cosechadas en las jornadas precedentes y todas recalan sobre estos modernos mártires de la comunicación social a quienes ya no les duele lo duro sino lo tupido de las diferentes situaciones que los angustian. El calentamiento global, el frío asesino, los fenómenos meteorológicos, la política en Estados Unidos, las vaciladas entre los partidos políticos... Preocupar a los demás parece andancia....
Es asombroso y aún divertido contemplar por el televisor las diversas expresiones de los afligidos presentadores: el gesto se les vuelve agrio, las frentes se les arrugan con el ceño doliente, entrecierran los ojos para concentrar en ellos todas y cada una de las dificultades que afronta el mundo. Ser productor o consumidor nocturno de informaciones alarmantes, según se especula en círculos de la ciencia médica, puede causar adicción y estimular el establecimiento de células cancerígenas en los cuerpos humanos. No resulta barato, entonces, el precio que se paga por la popularidad que obtienen los hombres de los medios masivos contemporáneos.
En el centro de las obsesiones que ofuscan a la clase política agoniza literalmente el interés por lo esencial de la vida pública: el desarrollo económico, político y social de México despreocupa a los partidos políticos protagonistas y resultan ser pocos los líderes de opinión que sientan verdadera ansiedad ante la situación económica que, procedente de Estados Unidos, amenaza afectar a nuestra República.
La deflación se manifiesta en la incapacidad popular de adquirir bienes y servicios de primera necesidad, y ya empieza a pasar lista de presente en los hogares mexicanos, aunque la Casa Blanca se obstine en negar tales efectos de su bronca nacional, y aquí en Los Pinos se insista en combatirlo con trapos calientes que benefician a los dueños del poder económico, no a las clases populares. El último decálogo de apoyo popular propuesto por el presidente Calderón como aminoración de la contundente crisis financiera estadounidense pareció estar hecho a la medida del empresariado, no de los consumidores.
Aquí la vida transcurre como si viviéramos en jauja. Se incrementan los costos de la energía eléctrica y del gas natural domiciliario y más todavía se multiplican ante los altos consumos que empujó el invierno. En los servicios de comunicación telefónica empiezan a operar tarifas más altas, ya en manera abierta, ya de modo disfrazado. El transporte público urbano concesionado subió el costo del pasaje en las ciudades de provincia y limitó las tarifas que protegían a los ancianos. El pretexto es el alza a las gasolinas y demás combustibles, aprobados desde 2007 por la Cámara de Diputados. Las amas de casa se quejan de que el gasto doméstico ha tenido alzas desconsideradas. Comer en restaurantes ya se considera un lujo inaccesible. Los matrimonios jóvenes se quejan de las alzas que la educación privada empieza a manifestar desde ahora, cuando apenas se están inscribiendo los hijos. Todo parece conjurado contra la economía de las clases medias y bajas.
Entre tanto hay publicidad oficial en un plan de apoyo del proyecto gubernamental a favor de las reformas energética y fiscal, como si todavía quedara campo y tabla en el aguante popular. Claro, éste no es año de elecciones generales; pero en las entidades donde las habrá -Coahuila las tendrá legislativas- la obra pública federal aparece retraída y avanza con paciencia de quelonio para que el partido en el poder público federal reorganice sus cuadros y plantee las estrategias electorales a usar.
Nada fácil será este año, que el tiempo va consumiendo con singular velocidad. Prácticamente estamos, otra vez, en vacaciones, de las cuales retornaremos casi en abril. Este mes acostumbra soltar con celeridad la arena con que cuenta el tiempo y mayo se irá en puentes, fiestas escolares y días de esto y de lo otro. Mi abuela, una señora bastante exagerada, decía cuando llegaba el mes de junio. “A este año ya se lo llevó el camión”. Lo peor que nosotros, pobres mexicanos, vamos arriba de ese camión.