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Asombro

Diálogo

Yamil Darwich

Un amigo del café me detuvo y preguntó: – “¿has notado cómo hemos perdido la capacidad de asombro? Hace muy poco tiempo nos enterábamos por las primeras planas y a ocho columnas como la guerra entre narcotraficantes cobraban víctimas y nos sorprendíamos; hoy las leemos sin darles tanta importancia, en páginas interiores, muchas veces escondidas porque han dejado de ser noticia de primera plana”. Me mostró un ejemplo en el diario que sostenía en sus manos y tuve que darle la razón.

Hemos perdido en mucho la capacidad de asombro, sentimiento que nos mueve a imaginar, natural estimulante para que las hormonas recorran el torrente sanguíneo, nos animen a investigar, formarnos opinión y tomar posición personal; sobre todo: actuar en consecuencia.

En la política sucede igual, cuando la nota periodística se refiere al culpable de robo, pedofilia o irresponsabilidad profesional, quien quedó libre de cargos y en ejercicio de sus funciones para seguir delinquiendo; tampoco nos asombramos. Por eso, las estadísticas denuncian a la mayoría de los mexicanos, que consideramos normal la corrupción y hacer uso del recurso de “la mordida” para atender algún asunto de carácter burocrático y oficial.

A mediados del siglo anterior, Orson Welles, el afamado literato y entonces colaborador radiofónico, usó la imaginación y trasmitió la invasión de seres extraterrestres al mundo; la gente, asombrada y con pánico, abandonó hogares y oficinas, saliendo a las calles, buscando un lugar seguro para refugiarse. Hace unas semanas, El Siglo de Torreón publicó una imagen fotográfica del planeta Marte, donde se mostraba un aparente marciano sorprendido por las cámaras de los indiscretos terrícolas; prácticamente nadie lo tomamos en serio y dos días después la NASA declaró “todo es efecto de las sombras proyectadas por una roca” terminando con la nota pretensa de escándalo.

Igual sucede con ministros religiosos que ya son noticia gastada, debido a su mal comportamiento. Un polígamo o pedófilo no provoca el clamor popular que en otros tiempos despertara. Recuerde el caso del legionario Marcial, acusado por varias personas de abuso sexual y muerto recientemente; aún cuando algunos medios trataron de revivir la discusión, el efecto no se dio y debieron abandonar el intento.

Otro buen amigo, dado a las bromas ingeniosas comentaba de un personaje público homosexual y decía: –“¡Ése es homosexual desde antes, cuando todavía daba vergüenza!”. ¿Recuerda aquellos tiempos? Hoy, ser de diferente orientación en cuestiones eróticas ya no sorprende a nadie; hace pocos años, al menos despertaban morbo al aceptarlo; en la actualidad ni eso sucede y mucho menos es causa de escarnio o vergüenza entre amigos y familiares.

Qué mal visto era por la sociedad cuando alguna mujer soltera resultaba embarazada sin sabérsele compañero de fijo. Hoy no sólo es común, hasta lo vemos con indiferencia y muchas jóvenes pregonan que uno de sus últimos objetivos de vida es el matrimonio; si acaso, piensan en la posibilidad de vivir junto al compañero y dan por hecho, opinando con orgullo que, llegado el tiempo, “si me estoy haciendo vieja para concebir, buscaré la manera de embarazarse para tener un hijo …pero sin casarme”.

En ese tenor de ideas, un amigo universitario dice en broma: “hace años, cuando era adolescente, era muy mal visto ser homosexual; cundo llegué a la edad adulta era considerado como normal en la sociedad; espero morirme antes de que lo hagan obligatorio”. Aún no ha muerto.

Sin duda, la ciencia y la técnica nos han dado mucho para la calidad de vida con comodidades; la medicina ha tenido adelantos que antes considerábamos imposibles, como cambio de sexo según preferencias del paciente. En telecomunicación nos comunican instantáneamente y nos orientan sobre problemas múltiples, educan y capacitan en cualquier campo profesional. Tampoco nos sorprenden.

Poco hay sobre advertencias para tomar precauciones de los efectos que provoquen esos adelantos y el descuido del humanismo.

Quedan muchas cosas por descubrir, que sin duda nos asombrarán, aunque levemente y por corto plazo; tal vez llevemos a confirmar sospechas como la existencia de otras formas de vida, aquí mismo, en la Tierra; o que finalmente los creyentes tenían razón y ¡Dios existe!

Un querido maestro, ya finado, me decía “¿te das cuenta que la gente casi no mira el cielo?” Dolorosa verdad que nos hace pensar si es debido a que no tenemos tiempo de hacerlo o tampoco sentimos necesidad de admirarlo, porque simple y sencillamente ya no pensamos en imaginar cosas que de él nos asombren.

Le comparto una frase inteligente: “La existencia más bella que podemos vivir es el misterio, es la emoción fundamental que inicia el arte de la verdad y de la ciencia. Aquel que no lo sepa no podrá maravillarse, estará como muerto y sus ojos estarán entrecerrados” Albert Einstein.

¿Piensa que sin asombro tenemos igual calidad de vida? Lo dejo con sus pensamientos.

ydarwich@ual.mx

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