“La falta total de pruebas es señal inequívoca de que la conspiración está funcionando”.
Anónimo
El problema es que para mí no es cuestión de dogma. No me interesa saber si tiene que haber sido un atentado porque el narco está retando al Estado mexicano o porque le habían puesto un precio a la cabeza de José Luis Santiago Vasconcelos. Tampoco me interesan las especulaciones sobre aquellos poderes oscuros que pudieron haberle mandado un mensaje al presidente de la república matando a su colaborador más cercano y amigo más querido. Tengo otra forma de ver las cosas y lo primero que necesito es conocer exactamente qué ocurrió.
¿Qué sabemos a ciencia cierta hasta ahora? Que el Learjet 45 (identificado equivocadamente como LJ 25 en la pantalla de radar de la torre de control del aeropuerto internacional de la Ciudad de México) no estalló en el aire durante su ruta de descenso. Que el piloto estuvo en contacto normalmente por radio con la torre de control durante la mayor parte del descenso y que su última comunicación fue cuando aceptó la instrucción de cambiar de frecuencia. Que el piloto no respondió después a una instrucción de reducir la velocidad. Que no lanzó tampoco una señal de alarma. Que un helicóptero pasó a unos 600 metros por debajo del Learjet y un avión comercial grande, un Boeing 767, iba delante de él. Que el Learjet se desplomó bruscamente en picada y no en barrena, esto es, en círculos, como habría ocurrido si se hubiera apagado un motor. Que no se encontraron rastros de explosivos en los escombros del avión.
La muerte de un secretario de Gobernación, y sobre todo de uno tan cercano al presidente de la república, es al parecer una oportunidad demasiado importante de lucro político como para simplemente dejarla pasar. Así ocurrió en el caso del homicidio de Luis Donaldo Colosio, cuyos enemigos se convirtieron súbitamente en sus supuestos aliados que exigían justicia por la conspiración que le había quitado la vida al político que en el último momento iba a apoyar su causa. Andrés Manuel López Obrador, quien acusó en varias ocasiones a Mouriño de corrupción, emitió un comunicado el propio 4 de noviembre, fecha de la muerte del funcionario y de José Luis Santiago Vasconcelos, que decía: “Por las características de las funciones que desempeñaban dichos servidores públicos, el gobierno legítimo de México demanda la más rigurosa investigación para el esclarecimiento de los hechos y el deslinde de las responsabilidades”.
Ricardo Monreal, quien representa la posición de López Obrador en el Senado, señaló este viernes 7 de noviembre que cada vez que el secretario de Comunicaciones y Transportes Luis Téllez habla “nos confirma que no se trata de un accidente”. Afirmó que todo indica que el caso de Mouriño seguirá el mismo camino que otros accidentes aéreos y crímenes políticos “nunca aclarados”, como el de Luis Donaldo Colosio, el avionazo en que perdió la vida Carlos Madrazo hace casi cuatro décadas o la caída del helicóptero en que viajaba el ex secretario de Seguridad Pública Ramón Martín Huerta. Todo indica que las investigaciones de Calderón, dijo Monreal, se centrarán “en culpar al piloto de su impericia o de su falta de cuidado y de ser por ello responsable de la tragedia”.
No es Monreal el único que sostiene una teoría de complot. Un panista de nivel medio se me acercó este fin de semana para asegurarme que la muerte de Mouriño era un crimen político como el de Colosio o el del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo. “Lo que pasa —me dice— es que ya no son atentados burdos como los de antes. Ahora son mucho más perfectos”.
Lo más fácil del mundo sería aceptar, por supuesto, estas teorías de la conspiración. Son siempre más divertidas e interesantes, y ciertamente ayudarían a conseguirle más lectores a esta columna. Para los miembros de la Oposición sería una confirmación de que el Gobierno es tan débil que no puede proteger siquiera a sus más altos funcionarios. Al propio presidente le convendría que la muerte de su amigo y cercano colaborador, quien fue sometido a ataques constantes por el PRD, haya sido producto de un atentado; esto le permitiría convertirlo en un mártir político. Pero por respeto a la memoria de quienes fallecieron es más importante que surja la verdad a que se satisfagan los deseos de los políticos.
El problema es que, por lo menos hasta ahora, la información disponible no sugiere la posibilidad de que la caída del avión haya sido producto de un atentado. Quizá haya más información que surja de las cajas negras que pueda satisfacer este deseo de tantos políticos y de mucha gente que piensa que toda muerte de un funcionario importante debe ser producto de una acción dolosa. De momento, sin embargo, honestamente no encuentro el atentado por ningún lado.
ARTURO ESCOBAR
En mi columna del 6 de noviembre “Y conceder” sobre el discurso de concesión que ofreció John McCain ante el triunfo electoral de Barack Obama le atribuí la letra de la canción “Y coincidir” a Fernando Delgadillo, porque así lo señalaban varias fuentes. Varios lectores me han indicado que la canción es del jalisciense Alberto Escobar, lo cual me ha sido confirmado por la oficina de Delgadillo. Tomo nota así que esa bella frase “Tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio y coincidir” es de Alberto Escobar. Gracias a los lectores que me lo señalaron.
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